Tengo unas cuantas amigas que, a nuestra edad, han empezado a preparar oposiciones. No te creas que es porque les falta el trabajo, ni porque no tengan experiencia en esto o en lo otro. Y ni siquiera ellas pertenecen a profesiones parecidas, esas que resultaron afectadas por la crisis. El denominador común que les ha hecho tomar ese camino es que, en sus respectivas ocupaciones, se han dado cuenta de que una vez superada la carrera de obstáculos que supuso volver al mundo laboral tras la maternidad, o después de poder hacer jornada completa tras muchos años criando, e incluso habiendo tenido ascensos, han visto que lo que había a la vuelta de esa esquina era más de lo mismo: precariedad laboral. Puedes llamarlo si quieres desfase entre formación obtenida durante años, dedicación horaria con encaje de bolillos doméstico, (también llamado ‘conciliación’), experiencia profesional, y lo que económicamente se percibe a cambio de todo eso, en el mundo laboral actual.

Lo cierto es que, aunque no somos viejas, tampoco somos unas jovencitas, y empezamos a vislumbrar la necesidad de preparar la jubilación. A veces comentan que simplemente son sufridoras profesionales: siempre mirando hacia el siguiente escalón. Qué quieres que te diga, aspirar a más nunca me ha parecido un defecto.

Hace poco, le tocó examinarse a mi amiga Ana. Y con ella hemos visto, no sólo qué es volver a examinarse, los nervios y todo eso, sino qué puede suponer hacerlo en pandemia.

Para empezar, y como el aire acondicionado estaba prohibido por el dichoso bicho, el primer examen fue convocado a la bonita hora de las siete de la mañana. Me quedé de piedra cuando me lo dijo. Incluso a mí, que me encantan los paseos mañaneros, me pareció una hora disuasoria. Pero la medida en cuestión era necesaria, por la temperatura que se alcanza en esta Murcia nuestra, que hace que, a partir de las once de la mañana pueda ser verdaderamente peligroso estar encerrados en un aula sin aire acondicionado y sin ventiladores.

Pero eso no era lo peor. Luego vinieron las medidas anticovid de verdad: nadie podía hablar con nadie, y en la pausa entre una y otra parte del examen, había que guardar una distancia mínima con todo el mundo. Y tampoco se podía llevar móvil. Yo recordaba mis tiempos mozos, y no concebía una pausa entre exámenes sin comentar sensaciones. Si alguno de esos opositores consiguió no hablar en el descanso, de verdad que se lo haga mirar. Para rizar el rizo, esa medida de distancia obligada entre aspirantes hizo, a su vez, que los espacios físicos en los que había que meter a tanto opositor fueran las aulas no de uno, sino de varios institutos, no precisamente cerca unos de otros, y entre los que había que tener la coordinación precisa para que todos los aspirantes empezaran el examen a la misma hora. Imagínate el cacao.

Pues tampoco termina la cosa ahí. Si el examen consistía en plasmar por escrito un tema, elegido al azar, mediante la extracción de la bolita, que por motivos obvios sólo podía estar en uno de esos institutos, la extracción se tuvo que retransmitir por videoconferencia, para que la cosa, al menos, tuviera visos de legalidad.

Cuando me lo contó no sabía si ese tinglao era de verdad, o me estaba contando una peli de Torrente. Y todo esto para conseguir que te paguen algo digno todos los meses.

No sé qué es peor, si quedarme como estoy o ponerme a estudiar y que me examinen así.