Las novelas de Highsmith huelen a verano. No debe extrañarnos que alguien nacida en Texas, hace cien años, haya descrito como pocas personas en el mundo la vida mediterránea. Le bastó un viaje a Positano, en la Costa Amalfitana, un despertar con resaca y las vistas del mar desde su ventana. Allí estaba un chico joven en una playa de guijarros. El mar azul al fondo, tal vez un poco encrespado. El fogonazo se materializó en un personaje inmortal para nuestra literatura. Así nació Tom Ripley. Lo supo meses después, a la vuelta de su viaje, cuando Nueva York la esperaba con su máquina de escribir. En su apartamento, cuenta, le volvió a la mente aquella imagen del chico frente a la costa. Un ser misterioso que iba a darle la fuerza suficiente para escribir una de las mayores sagas del suspense americano.

Lo contó la propia Highsmith en un artículo publicado por ‘Babelia’ en 1992.

El talento de Mr. Ripley ha quedado como una de las mejores novelas del siglo XX y su influencia, no solo en las letras, sino en el cine, es indiscutible. A diferencia de muchas obras contemporáneas de la llamada ‘gran novela americana’, ha resistido al paso del tiempo y a las modas con absoluta dignidad. Y lo ha conseguido porque nació como una novela rompedora, libre de ataduras y complejos sociales, a pesar de plantear diferentes problemáticas que aún hoy siguen escandalizando en según qué entornos.

Nos situamos a principios de los años cincuenta, en plena Guerra Fría.

Europa avanza hacia su reconstrucción, pero aún no ha podido desligarse del hambre. La Costa Amalfitana es un paraíso de colores sencillos: el azul del mar, la luz pura del sol y algunas rocas que se confunden con los barcos de pesca en el horizonte. Hasta allí llega Tom Ripley, dispuesto a pasar una temporada a costa de Dickie Greenleaf, viejo conocido de la infancia junto a su novia Marge Sherwood. La novela podía haberse quedado ahí: dolce vita, veleros y cuerpos escultóricos, martinis a la hora del aperitivo y tal vez un ménage è trois antes de la siesta, pero la intrincada escritura de Highsmith se encarga de convertir una novela predecible en un misterio continuado.

El talento de Mr. Ripley es un libro que se mancha con los bajos fondos humanos y los saca a relucir con maestría figurativa. La sangre fría de Tom Ripley, su metódica capacidad de engaño y el desdoblamiento moral de su causa hacen que la novela se convierta en una pared vertical, por donde los personajes van precipitándose al vacío y el lector apenas puede contener la respiración. Se unen los celos, la pasión juvenil, tratada con tanta delicadeza como ironía, la incipiente homosexualidad con la que el lector se siente cómplice, palabras que no se dicen pero que pesan en el relato, escenas que acompañan y que se quedan pululando en el ambiente, como en los mejores momentos de Truman Capote.

Porque uno de los mayores logros de Highsmith, no solamente en esta primera entrega, sino en toda la saga, es la insinuación, ese arte de contarlo todo sin prodigarse en palabras ni imágenes.

Lo que representa la autora en su Mediterráneo es un ídolo ancestral. Tom Ripley conjuga las tres vertientes de la vida: el amor, la tragedia y la belleza. Tres apuestas que van sumándose a la vez que el lector avanza en el libro y que mantienen un estilo vibrante y sin treguas. De Roma a Nápoles, de la ciudad del Vesubio a Positano y de allí a la Costa Azul francesa. Todo está enlazado a través de viajes en tren y en barco, como si el agua y la tierra fueran espacios antagónicos, apostados hacia el drama: el primero de ellos el lugar de las desgracias, de los bajos instintos; el segundo donde se desarrolla la vida, la fiestas populares, la música callejera y los apartamentos vacíos.

La vida de Tom Ripley es una huida hacia adelante.

Uno de los hechos que más sorprende de la novela es lo fuertemente atados que Highsmith tiene todos los puntos de la trama. La evolución psicológica de sus personajes, la complejidad de sus decisiones y sus consecuencias hilvanan un mundo lleno de celos y mentiras. El lector logra incluso confundirse, al igual que el resto de víctimas de Ripley, sobre la verdadera identidad del personaje. La ausencia de moral se adapta también a la belleza suprema de su imagen, que el lector no podrá separar de Alain Delon sujetando el timón en medio de una tormenta en alta mar.

El universo Ripley ha adquirido tanta relevancia en la cultura mediterránea que ya es indisociable al placer veraniego. Su obra se ha consagrado como una parada obligatoria en el género de suspense. Highsmith llevó hacia un territorio más propio de los héroes clásicos, las costas del Mediterráneo, una tragedia que no desprecia también el humor. Mr. Ripley demuestra ser un personaje tan complejo y con tantas salidas que trasciende el propio relato policial. Es una novela psicológica. Un decálogo de las más bajas pasiones humanas envueltas en una estética refinada. Por eso nos sigue fascinando el claroscuro de la historia, un hombre deshumanizado y que sin embargo alcanza un grado de simpatía para el lector que le hace sentir culpable. Somos cómplices de Ripley porque deseamos que triunfe, que la policía no descubra los cadáveres que va dejando por el paraíso italiano, en cada playa, en cada villa.

Un poco, cuando llega el verano, aunque solo sea en voz baja y con remordimientos, deseamos ser Mr. Ripley y estar a pleno sol, cruzando el mar Amalfitano en un velero con un martini sobre la mesa. Algo así como las antípodas de Eneas. Pero es que el mundo a veces es más como Mr. Ripley: falso, mentiroso, hipócrita, pero jodidamente bello.