Aquí donde me ven ustedes, yo he jurado bandera; es más, he jurado bandera al menos ocho veces, porque hice la mili en el Cuartel de Instrucción de Marina, en Cartagena, donde conseguí el rango de cabo segunda monitor, que no es que fuese gran cosa, pero algo es algo en la línea de mando. Y, además de mi jura, después del curso de instrucción, asistí a siete más, una por trimestre, con los quintos a los que instruía, y, cuando el comandante del cuartel gritaba aquello de ‘¡¿Juráis defender la bandera de España hasta derramar la última gota de vuestra sangre?!’ (era más largo, pero no me acuerdo de todo), yo repetía con los demás marineros ‘¡Sí, lo juramos! O sea, que como estuve dos años allí, a tres meses por curso, juré ocho veces, que se dice muy pronto.

Así que a mí que no me vengan ahora con reivindicaciones de la bandera porque para mí es importante y que nadie me la toque, la bandera. De hecho, cuando en revueltas independentistas he visto quemar una bandera española, me ha dado mucho coraje y he pensado en la posibilidad de que alguien debería quemarles otras cosas, en forma de bolas, a los incendiarios. Por otro lado, no sé si ustedes habrán visto en la Región algún centro educativo público sin la bandera en su fachada, pero lo que yo sí puedo asegurar es que en todos los institutos donde yo he trabajado la bandera ha estado ahí, ondeando. No sé si en la enseñanza privada o concertada se respetará esta cuestión, pero desde luego mi experiencia personal es esa.

En cuanto a lo de las fotos del jefe del Estado en las aulas, cuando yo empecé a ir al colegio, en la pared colgaban a Franco y José Antonio Primo de Rivera, uno que estaba vivo y el otro que estaba muerto. También había un crucifijo enorme y una imagen de la Virgen, porque yo iba a un colegio de monjas, que daban unas bofetadas como panes, aunque, por supuesto, por nuestro bien. También eran por nuestro bien los palmetazos que nos daban en las manos, a veces, obligándonos a poner los dedos juntos y hacia arriba para darnos con el palo en las puntas, que dolía más, o cuando, muertos de frío en el patio (era un colegio de pobres e íbamos poco abrigados y poco comidos) nos metíamos las manos llenas de sabañones en los bolsillos, venía una monja y decía que las manos fuera. Recuerdo que yo no entendía por qué con aquel frío no podíamos meternos las manos en los bolsillos, hasta que un día, un compañero más espabilado que yo me lo aclaró: ‘Es para que no nos toquemos la pilila, tonto’.

El himno nacional sonaba cada día para entrar, y alguna vez nos hacían ponernos en fila colocando una mano en el hombro del de delante y andando dando fuerte con un pie en el suelo. Otras veces cantábamos una canción que iba del sol y de una camisa, pero de esa no me acuerdo. Yo empecé mi trabajo como profesor en 1974 –era un chiquillo- y todavía disfruté de las fotos de Franco en el aula. Recuerdo muy bien que estaba colgada justo encima de la mesa del profesor, imagino que parecería que me estaba iluminando cuando yo explicaba a los chicos y chicas la voz pasiva inglesa, que es muy fácil, pero que, a lo mejor, con Franco se entendía mejor. Después se puso la del rey Juan Carlos, pero es verdad que la cosa degeneró un poco, de manera que, si se le rompía el cristal, se dejaba, o se quitaba y se metía en un cajón, y unas aulas tenían fotos y otras no.

Y estos son los bonitos recuerdos que ha traído a mi mente la moción de Vox en el ayuntamiento de Murcia, que ha sido aprobada también por el PP y Ciudadanos (esto último no lo entiendo). Ese cierto olor a naftalina, a intentos de formar a los chicos y chicas en unas ideas tan antiguas, al igual que no quieren que se les forme en otras, como la diversidad de género, la libertad de pensamiento, el respeto al diferente, la solidaridad con los que no tienen nada y se juegan la vida para que sus hijos tengan algo, que suelen ser los temas de las actividades extraescolares. Qué viejo todo, por favor.