El otro día me hablaron de que David Bowie era muy ‘uraniano’ en su carta astral. Por lo del rayo. Sentí la imperiosa necesidad de aclarar primero que era totalmente escéptico al respecto de lo astrológico, para luego pedir que me contasen más. Al parecer el rayo, relacionado con Urano, se usa para describir esos eventos que te cambian la vida en dos segundos. De forma repentina. Como cuando te cae un rayo encima, vamos. Puede ser una llamada o quizás una revelación. Te cae encima y de repente, ya está, lo tienes: ahí estaba toda la vida, esperándote. Tú lo que tienes que hacer es vender la casa e irte a Malaui. Es curioso.

El otro día charlaba en un grupo de política sobre el asunto marroquí, que se las trae. Al final, entre el baile de datos y explicaciones varias sobre el Frente Polisario, la estratégica situación de Ceuta y Melilla o el papel del país norteafricano como cortafuegos del terrorismo islámico hacia Europa, la pregunta bailaba en el aire sin nadie que la cogiese: «¿Entonces tú qué harías?». Arrojada como un desafío. Eso era en realidad. «Vale, no te gusta como se están haciendo las cosas ahora mismo, tienes tu propia opinión, algo lícito, venga, suéltala para que entre todos te expliquemos por qué acabas de decir una gilipollez», eso era en realidad lo que venía a decir la pregunta. Y claro, a ver quién se mete en un concurso de baile contra Bruno Mars.

Llevarse mal con Marruecos no es una opción interesante, como ya se ha encargado de darnos a probar el gobierno marroquí. No es apetecible. Y eso que solo ha sido una pequeña vacilada, mucho ojo. Miles de inmigrantes a los que les abrieron la frontera norte y les dijeron que ahí estaba ‘España’ (seguro que con cierto rechinar de dientes al señalar a Ceuta), esperando para darles una vida mejor. Marroquíes que al fin y al cabo venían aquí bajo la promesa de tener un iPhone 12 y grabarse vídeos bailando con chicas que gustan de mover las nalgas sin burka que se las tape ni padre que les pegue una paliza por hacerlo. Como para no venir, no me jodas. Pero, insisto, al fin y al cabo, marroquíes. Lo que también podría haber hecho el país vecino para presionar, aunque sabe que no es necesario llegar a tales extremos, es abrir la frontera sur del país y dejar pasar dios sabe qué para que cruce el país de cabo a rabo y llegue nadando a España. «Imagínate, Felipe, lo que podría entrar por ahí, macho», diría el rey Mohamed VI al nuestro. Pues de todo. Terrorismo islámico, narcotráfico... en fin, para qué contar.

Y eso solo relativo al tema de fronteras, porque si miramos las perras, que nunca jamás hay que dejarlas de lado, ni muchísimo menos, teniendo en cuenta que en estos temas las cosas suelen ser bidireccionales, ahí ya es que claro que no nos conviene. Somos el país europeo al que Marruecos más exporta y éste es el país africano al que más exportamos nosotros. Nuestra puerta de entrada comercial al continente. «Que no te puedes llevar mal con Marruecos, tío, y tus soluciones de cuñao no sirven para nada», se viene a decir en el grupo. Pero, ¿y entonces? Porque entonces alguien sugiere que el problema es la forma de Gobierno y que tanto Europa como la ONU la toleren. Con ese pensamiento supremacista de que tienen que venir a pedirnos permiso para elegir cómo gobernar. De que nosotros les abriremos las puertas del cielo: la democracia. ¿Cómo? Pues de forma más o menos directa/indirecta. Otra puta idea de bombero que Estados Unidos lleva décadas comprobando que no funciona. No, mejor no meterse en esos fregaos tampoco.

Así que alguien lo dice. Que bueno, nos podrá gustar más o menos, pero en realidad la situación quizá está en una de las mejores formas posibles, teniendo en cuenta todas las que podría estar. Quizá sí. Europa desliza sin que nadie se de cuenta cierto dinero a España, España paga a Marruecos y así vamos. Suele funcionar cuando Marruecos no se enfada y hace gala de su poder abriendo fronteras, así que, ¿por qué no? Quizá todo está lo mejor posible.

La conversación y su devenir me recordó a un tema recurrente en redes sociales como la del pajarito azul. A ese empecinadamente ilógico argumento sobre lo mal que estamos en el mundo en general. Que la especie humana está en horas bajas. Que cada día la gente es más tonta, que piensan menos por sí mismos. Que la música vive sus peores momentos y, en fin, así ad infinitum en una maraña de falacias que nacen de las tripas y no se permiten pasar por nuestras cabezas. Porque si lo hicieran, éstas no nos permitirían seguir albergando tales ideas. Estamos a una simple búsqueda en Internet, algo que ahora está al acceso de casi cualquier nacido en la parte privilegiada del mundo en su propio bolsillo, de probarnos lo errados que estamos. Nunca en el mundo había habido menos guerra, menos miseria, menos pobreza, menos crímenes de odio. La gente nunca antes había estado mejor informada, las tasas de analfabetismo jamás habían estado tan bajas, la de escolares que terminan sus estudios obligatorios, tampoco.

Creer que el mundo está yendo a peor es un acto de fe. Es algo que desafía a la lógica, que burla todos los datos que tienes disponibles. Que coge toda esa información a la que tan fácilmente puedes acceder hoy en día y la anula para permitirte creer lo que tú quieras en base a tus condiciones pesimistas. Decir que las cosas nunca habían estado tan crispadas en España es una estupidez de un calibre especialmente gordo cuando uno la pronuncia en un país en el que hace menos de cien años estábamos matándonos en el campo con armas que nos habían comprado distintos países al nuestro, que se sentaron a mirar como el que revisa si Ethereum sube o baja. Decir que hay más asesinatos machistas que nunca cuando hace cincuenta años ese término ni siquiera tenía sentido es un dislate. Es un acto de pura fe, como el que presencié el otro día cuando, viendo la noticia sobre la pequeña Naiara, la bebé de dos meses que ha recibido el transplante, alguien de mi entorno cercano dijo: «Pobre cría, se va a morir igual, no va a funcionar... yo no sé para qué han hecho eso’».

Me pareció de un pesimismo tan ilógico, tan poderosamente sin sentido, que no pude menos que sonreír. Nunca respondí, pero pensé que no. Que todo lo contrario. Que de pobre cría nada pues de todas las vidas que podía haber vivido Naiara, esta es la primera en la que no se ha muerto. Es la primera vez que la ciencia es capaz de darle una solución, una respuesta. De intentarlo. Quizá fracase, sí, pero esta Naiara es la primera de todas las miles de millones de Naiaras que han nacido como ella, con su condición , que no se muere. Porque, al fin y al cabo, pensé, vivimos en el mejor de los mundos posibles. Nos guste más o nos guste menos.