He vuelto a casa de mis padres unos días, es primavera y huele a azahar. Cada vez que vuelvo a Murcia el tiempo se para, o al menos es lo que a mí me parece, vuelvo al que era mi cuarto, convertido en cuarto de invitados con dos camas de noventa, lleno de cajas. Mi cuarto donde escuchaba música durante horas, me encerraba y bailaba con un cepillo como micrófono y soñaba con vampiros ha desaparecido, no queda nada de la niña y adolescente que fui en sus paredes, aunque la que entra por la puerta lejos de tener los 43 años, cada vez que llega al portal tiene diez aproximadamente.

Quiero y odio a partes iguales la ciudad que me ha visto crecer y de la que salgo corriendo pasadas un par de semanas cada mes; no es cobardía, ni una huída, es tomar aire y respirar para poder volver y seguir.

Creo que vivo una realidad que muchas familias viven a diario y es dramática sobre todo en estos tiempos pandémicos. Para nuestros mayores el tiempo se ha parado en seco, llevan un año encerrados en casa al principio por protección, después por miedo, mientras la crueldad del tiempo juega en su contra y nuestros gestores lejos de vacunar a todas horas, todos los días sin descanso, están jugando al Risk o creyendo que saben hacerlo.

Mis padres llevan confinados sin salir un año y medio. Una enfermedad mental arrasó a mi madre hace unos años y con ella hemos ido todos detrás, pero sin duda el más afectado ha sido mi padre, el que está las 24 horas a su lado, el cuidador. Se ha consumido en un año y medio estando al lado de su mujer, gran dependiente con una demencia por la que se olvidó de andar hace varios años, que la tiene en una silla de ruedas y con la cabeza en algún mundo cruel, que la atormenta. Ha perdido más de veinte kilos durante el confinamiento, poco a poco se va apagando. Mientras ella resiste con fortaleza y ganas de vivir, él ahora solo quiere dormir.

Ver el final de una vida así es desgarrador y me produce una terrible tristeza e impotencia. No siempre que vengo a casa estoy igual de fuerte y a veces la sacudida emocional es más dura, desestabiliza y desconcentra. Ver como tu vida saltó por los aires hace tanto tiempo que ni te acuerdas, y lo que éramos es solo un recuerdo en álbumes de fotos, es la realidad a la que me enfrento cada vez que vuelvo a casa. Cuando me voy, la culpa y la angustia vienen en la maleta, pero al llegar a mi espacio desconecto tanto en mi día a día, disfruto tanto los pequeños detalles, que al tomar tierra con la realidad, no termino de asimilarlo.

No recuerdo la última vez que vi a mi madre andar, o que tuvimos una conversación normal en la cocina, o que me llamara por teléfono como una madre. Sin embargo, es curioso cómo a mi padre le recuerdo, en Garrucha, bajar a darse esos baños de horas cuando ya no quedaba nadie en la playa o salir a navegar y estar juntos en silencio sin el motor en marcha, solo a vela escuchando nada y siendo felices. Los recuerdos aparecen borrosos en mi mente una vez al mes, cuando buceo entre fotos antiguas que hay en los álbumes de casa, en silencio, mientras ellos cada uno en su sillón ven la vida pasar, él sin ganas de nada, ella con ganas de todo.

¿Quién cuida a los cuidadores? Esos que no son profesionales, los familiares que sin saberlo poco a poco se entregan a la vida del otro, sufren en silencio y se abandonan. No hay más vida para ellos que escuchar la llamada de la persona enferma, con la que han compartido una vida entera, hermanas, maridos, mujeres, hijos, que dejan todo por atender a sus seres queridos. Bendita la suerte de aquellos que o bien se pueden permitir personas de apoyo al tener recursos económicos, o como es nuestro caso, por el contrario por más que entran personas de apoyo, acabamos haciendo apuestas mi hermano y yo, porque no aguantan la situación y al día y medio volvemos a estar solos.

Cuidar de manera profesional debe ser vocacional, tener empatía esa de la que siempre les hablo en mis columnas, esa que le falta a este mundo de locos, esa que nos ayudaría a ponernos en el lugar del otro y entender lo duro que es el papel de los que entregan su vida por los demás. Cuidar no es limpiar culos, vestirles y tratarlos como si fueran niños pequeños. Me ofende cuando veo esos comportamientos en personas que cuidan, así como me mata ir por la calle y ver a personas mayores en sillas de ruedas arrumbados en una esquina de un parque mientras los cuidadores hablan entre ellos o están pendientes del móvil sin tener un gesto de complicidad y cariño hacia la persona enferma. Cuidar es dar cariño, estimular, no dejarles con la mirada perdida durante horas en un sillón con la televisión puesta. Me atormenta pensar en esas horas muertas en las que los días pasan y en sus vidas no sucede nada, un día y otro día, piénsenlo, toda una vida sacrificada por los suyos para acabar así. Puta vida cruel.

A veces me pongo a soñar despierta y si esta pandemia no existiera, cogería a mi madre y una furgo y me la llevaría a Roma; mi hermano me mira como si fuera un marciano y quizás tenga razón, porque la idea idílica es digna de un guión para una peli de Isabel Coixet, porque la realidad sería más dura, pero imaginarla en la Plaza Navona o sentarnos en el Trastevere con un spritz, sería bonito..

La vida es cuidar a los padres, a los hijos. Cuidar haciendo malabares en un mundo que no lo pone fácil. Estas semanas en casa además de volver a mi antiguo cuarto de niña, he podido comprobar haciendo de mi hermano por unos días lo duro que es ser padre o madre, son superhéroes todas las madres y padres de este mundo. Vivir con la presión en el pecho de lo que le pueda suceder a un hijo cada día me resulta tan angustioso que, disculpen mi cobardía, no sería capaz.

Me van a permitir que haga una mención especial hacia los padres y madres que con hijos con discapacidad como mi hermano y cuñada, gracias por vuestro amor, esfuerzo y sacrificio diario. Soy una privilegiada por vivir de cerca y a vuestro lado el significado del AMOR y la ENTREGA con mayúsculas.

Dicho esto, una cosita más a todos los padres y madres que llegan con sus tanques automovilísticos al colegio y aparcan en esas dobles filas infinitas, por vuestra culpa mi primer día de responsabilidad como tía que lleva a su sobrina del alma al colegio llegamos tarde y sorprendentemente a mi sobrina no le gusta llegar tarde, así que no os lo perdonaré jamás.

En cuanto al bochorno como político de Toni Cantó... Las elecciones en Madrid, la ineptitud en la gestión de las vacunas, la entrega de la consejería de Educación a la ultraderecha en la Región de Murcia y la despedida del vicepresidente del Gobierno y su ego, qué quieren que le diga, más contenido de serie B para el guionista del 2021. Por desgracia, cuando despertemos mañana, todo el ruido y la mugre seguirán. Por el momento, mientras me leen voy de vuelta a mi tejado en Madrid con la culpa en la maleta, a coger fuerzas y a respirar para poder volver.