La violencia es el gran tema. Ahora y siempre. Es la piedra de toque de la política y de la democracia, que se define por encima de todo por la conciencia del compromiso, como decía Raymond Aron. ¿Compromiso con qué? Con la renuncia a la violencia y la elección de métodos pacíficos para la resolución de los conflictos. El tema no es la libertad de expresión, sino qué se hace cuando se ataca la libertad de expresión. El tema no es la democracia, sino qué se hace cuando esta falla, que es casi siempre.

Cuando pienso sobre la violencia, automáticamente empiezan a sonar en mi cabeza las notas de la canción de Leonard Cohen There is a War con su demoledora letanía. «Hay una guerra entre el rico y el pobre/ Una guerra entre el hombre y la mujer /Hay una guerra entre los que dicen que hay una guerra y los que dicen que no la hay/ Hay una guerra entre la izquierda y la derecha/ una guerra entre el negro y el blanco/ una guerra entre el par y el impar/ ¿Por qué no vienes a la guerra/ ¿Acaso no puedes oírme?».

Tengo el disco desde los 80, así que la guerra me suena desde hace mucho tiempo. Vivimos en un mundo violento. Un mundo de injusticias, torturas, violaciones, pestes, catástrofes. Miseria y narcotráfico. Corrupción. Desigualdad. Crímenes de Estado. Esa es la realidad. Aunque a menudo su espanto no nos alcance. Podemos verlo con la imaginación o por televisión, o asomándonos a los barrios con puertas quemadas, a las orillas de las pateras, a las fronteras, a las chabolas de los invernaderos. El sistema es injusto y cada injusticia es una violencia.

La democracia es muy débil y solo se sostiene como una tentativa, una promesa de que las cosas irán mejor, aunque nunca irán bien. La democracia es conservadora. Y a la vez ambiciosa, idealista, el fruto más locamente descabellado de la imaginación humana. Como el amor. Sus pobres armas son la ayuda mutua, la palabra, un cierto sacrificio del interés particular, la certeza de que el destino de un desconocido está unido al nuestro, la comprensión de que cada vida es valiosa, la renuncia a imponer tu verdad personal o de grupo. Por eso, los demócratas son los que en medio de la guerra no van a la guerra porque no hay un bando que tenga la Verdad o represente el Bien.

Levantar adoquines y animar a hacerlo, a la izquierda o a la derecha, solo obedece a la convicción de que uno, y solo uno, es la víctima y puede señalar al enemigo. Pero la playa nunca estuvo bajo el asfalto. Yo todavía no he averiguado qué quería decir Cohen con su canción. Otros prefieren a Hasél, a quien se le entiende todo.