Ni el humo de las barricadas improvisadas, ni el ruido de cristales rotos durante los saqueos de los últimos días, ni el eco de las recientes catástrofes naturales coherentes con un escenario de cambio climático, nos han impedido complacernos con las noticias de un venturoso aterrizaje en Marte por parte de un vehículo de exploración, todavía no tripulado, plenamente automatizado, que ha llegado al planeta hermano de la Tierra con el propósito de hallar vida. Se anuncia como un éxito de la perseverancia humana; y en una era como la nuestra, presidida por el triunfo de la imagen, el feliz acontecimiento ha sido filmado y transmitido desde todos los puntos de vista posibles. El planeta siempre rojo, eternamente misterioso ha recibido a otro visitante de un mundo vecino cuya degradada atmósfera va diluyendo progresivamente su color azul.

Y como no hay nada que, solicitado con afán, no acabe siendo logrado, si buscamos vida con ahínco, la encontraremos. Además, ha de ser en Marte. Parece que nada hay tan natural como querer llegar a Marte para buscar la vida que con ardoroso esfuerzo nos obstinamos en extinguir aquí. No es solo que, por su distancia al Sol, las condiciones para albergar vida en el pasado hayan de ser similares a las que, por el momento, aún goza la Tierra. El hecho es que nos atrae Marte, objeto celeste portador del nombre del dios de la guerra. El color rojizo denota su riqueza en hierro. Así ha de ser el herrero y asesino, forjador de espadas y puñales que une el dominio de la técnica con el ejercicio de la violencia. No es que vayamos a Marte, es que nos llama, nos atrae. Es un verdadero rapto, como cuando los dioses se llevaban consigo a sus favoritos.

El encantamiento, la atracción, son tan grandes que tarde o temprano oiremos que las sondas enviadas desde nuestro planeta han encontrado leves restos de vida microbiana en el interior de algún pozo marciano. Puede que hallemos algo de mayores consecuencias y que tras numerosos sondeos, sepultados en profundidades geológicas, futuros vehículos mineros den con restos fósiles de plantas antiquísimas o de vertebrados con formas insospechadas, ignotas, inimaginables; quizá grotescas, quizá caprichosas, o tal vez inquietantemente familiares.

Será un día venturoso. Incluso puede que cuando la señal llegue a la Tierra revelando tan sensacional descubrimiento, aún quede alguien sobre ella a quien le importe tal cosa.