Opinión | Los dioses deben de estar locos

Don Quijote de la Falsa Muerte

Se sabe que por las tierras de Castilla la Vieja iba acompañado por un joven escudero (que resultó, quizá por arte de encantamiento, ser a la vez una mujer a punto de parir). Ocurrido el parto milagroso, quedó don Quijote desconcertado, y dejó a su compañero recuperándose de aquel suceso prodigioso en una venta

'Die Verspottung Christi' (detalle) (1503) / Matthias Grünewald

'Die Verspottung Christi' (detalle) (1503) / Matthias Grünewald

El romance anónimo sobre las últimas palabras del Cid moribundo confería una gran belleza a su final. Nos mostraba al héroe en el momento de dictar su testamento: «La que a nadie no perdona... llegó á mi puerta y llamóme… hallándome dispuesto, a su voluntad conforme». En sus últimos instantes el gran guerrero recuerda a Babieca, y ordena conferirle futuras honras fúnebres, como solo las personas tienen, no vaya a ser que, al morir tan buen animal, su noble carne de caballo se convierta en carroña para perros y aves. 

Como don Quijote también fallecía en el lecho, Quevedo escribió otro romance en honor de un héroe moribundo. En este caso había de ser tan poco épico cuanto más disparatado. Aunque don Quijote, a semejanza de mio Cid, mencionaba a Rocinante y le otorgaba el disfrute sin límite de prados y selvas, lo cierto es que el ilustre loco desvariaba enseguida y ordenaba una más que generosa devolución a sus autores de las afrentas, palos y golpes recibidos, para que sus oponentes se llevaran en vida un recuerdo amargo y persistente del que ahora moría. La ruina de su intelecto era tan grande, que no tenía, finalmente, ni el consuelo de haber recibido la extrema unción. Burlado y vejado, podía irse tranquilamente al infierno. Así nos lo presenta Quevedo.

Para Avellaneda el final de don Quijote no había de ser muy distinto. El apócrifo, con tanto talento como mala fe, muestra al triste paladín engañado por sus amigos, convencido de que le aguarda una gran empresa de honor, Quesada es conducido con artimañas a una casa de locos para ser encerrado en ella. Burlado, encadenado y recluido advierte con tristeza la naturaleza del lugar en el que se encuentra, no sin antes haber pensado (¡desgraciado caballero!), que algún hechicero lo había confinado en las mazmorras de un castillo. Entre aquellas paredes, recibiendo verdades como puños unas veces, y otras simplemente puños, había de recuperar el señor Quesada la razón perdida. 

Para cuando salió de allí, Sancho prosperaba como sirviente de unos señores, y aún pudo prestar dinero a su antiguo amo para un caballo, pues Rocinante había muerto al servicio del manicomio, muy lejos ya de su pasado guerrero. No tardó el viejo Quesada en volver a enloquecer, pues la locura tarde se remedia; y así, volvió a tener estupendas y jamás oídas aventuras, de las cuales, acaso jamás dé fe alguna oscura crónica, oculta dentro de un olvidado archivo. Se sabe que por las tierras de Castilla la Vieja iba acompañado por un joven escudero (que resultó, quizá por arte de encantamiento, ser a la vez una mujer a punto de parir). Ocurrido el parto milagroso, quedó don Quijote desconcertado, y dejó a su compañero recuperándose de aquel suceso prodigioso en una venta. 

Después fue visto en Salamanca, Ávila y Valladolid, donde se hacía llamar Caballero de los Trabajos. Y más tarde, sencillamente desapareció para siempre entre las brumas de la Historia. No hay más noticias, ni sabios arábigos que hayan recuperado nuevas aventuras. Avellaneda negó a su don Quijote el honor de una muerte digna. Después de haberlo hecho objeto de burla, lo convierte despiadadamente en un fantasma errante, que vagabundea sin rumbo, sin escudero, sin derecho a un último descanso, y hasta sin historia. Lo convierte en sombra; y dice que de él ya nada se sabe de cierto, salvo barruntos y tradiciones. 

Así han de pagarse, en el mundo práctico de los hechos descarnados, tantos desmanes. Las cosas de don Quijote solo pueden tolerarse en broma, por ello parece justo que quien se obstinaba en remar contra la corriente de la vida sea castigado por su contumacia, escarnecido y envilecido de palabra y obra, para que todos lo vean. Ved su vida como advertencia y entretenimiento para futuras generaciones de siervos obedientes, gente que sabrá que la bondad es para los locos. Entended bien, pues quien se atreva a ser caballero del amor, abogado de las causas justas o defensor de los débiles, lo perderá todo, nombre, fama y honor; cerrará los ojos en su último día escuchando las risas de sus enemigos; no habrá mano piadosa que cierre sus ojos, pues hasta la misma muerte se le robará.

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