Opinión | Los dioses deben de estar locos

Don Quijote, mito y verdad

Del papel y de la tinta las cosas han de saltar a la carne y a la sangre, lo cual incluye, por supuesto, a los nombres y los linajes. Es una prodigiosa alquimia de la fantasía

'Arquímedes', 1630, José Ribera

'Arquímedes', 1630, José Ribera

La historia de don Quijote vuela. Muy pronto lo conocen en plazas y mercados; sus hazañas también aparecen escritas en páginas secretas de autores ignotos, historiadores y cronistas de los que nadie ha oído hablar jamás. Mucho combate Cervantes con Avellaneda, el falsario que quiso apropiarse para sí a don Quijote. Pero el mismo Cervantes juega con la ambigüedad y con el carácter dudoso de las fuentes documentales a partir de las cuales se ha podido, al parecer, reconstruir o inventar la extraordinaria historia del Caballero de los Leones, arrojando así un retrato tenebrista del hidalgo loco; estamos ante una mezcla de historia, fantasía y mito, cosa que quizá no deba sorprender en la España que forjó la literatura de los llamados Falsos Cronicones. A este cuadro pertenece la brumosa figura del escritor musulmán Cide Hamete Benengeli, cuya obra, hallada demasiado oportunamente por el mismo Cervantes, habría venido a suplir las lagunas que aún quedaban sobre la vida del buen caballero. Avellaneda afirmaba que había tenido la suerte pareja de encontrar otro cronista árabe, de nombre Alisolán, que le habría dado noticias sobre su falso héroe.

Los nombres se inventan con tanta arbitrariedad como arte en esta historia: Dulcinea, Rocinante, el propio don Quijote. Las personas y lugares bailan, se olvidan, o deliberadamente no quieren venir a la memoria. Y así, antes de llamarse Quijote (en homenaje al arnés que cubre el muslo), don Alonso el Bueno vivía en un lugar del cual no se da denominación alguna. Aquí, más que nunca, la vida tiene que imitar al arte. Todo ha de ajustarse al patrón literario que se quiere reproducir, que no es otro que el mundo de las novelas de caballerías. Del papel y de la tinta las cosas han de saltar a la carne y a la sangre, lo cual incluye, por supuesto, a los nombres y los linajes. Es una prodigiosa alquimia de la fantasía. En ella no están ausentes melancolía, locura, magia y encantamientos, elementos necesarios para la transmutación final.

Bien sabe don Quijote, y así lo dice, que algún mago ha de estar ya escribiendo su vida y hazañas, valiéndose para ello de medios arcanos y brujeriles. Mientras tanto, otros sabios hechiceros, enemigos y envidiosos, para restar valor a sus éxitos e influir en el relato, cambian a su gusto la apariencia de las cosas, de manera que los gigantes se transformen en molinos, o los enemigos adquieran el rostro de los amigos. La fama de don Quijote es conocida tanto por sus enemigos, como por sus admiradores, que son a la vez su más refinados burladores. De esta forma es reconocido por los duques. En Barcelona los niños (animados por don Antonio Moreno) siguen al campeón coreando su nombre.

Aparentemente es la palabra escrita, a través de la imprenta moderna cuyo funcionamiento contempla don Quijote como si fuera un instrumento mágico, la que se presenta como una garantía para la perdurabilidad de su fama. Sancho lo sabe bien. Lo sabe porque él es un verdadero filósofo, acaso el único de toda la obra. Que no nos confundan sus rasgos vulgares, de comedor de ajos, ni su aparente simpleza. Es tan filosofo como los que pintaba José Ribera, con aquellos rostros, extraídos de entre el común de la gente, cruzados por los surcos de la vejez, con la tristeza que viene de la edad y del desengaño. No debe extrañar que de los montes y de los campos nazcan sabios y filósofos. Todo un estoico, un rústico Zenón de la Mancha, es el único convencido de que la fama de su señor quedará, a la postre, sellada con la imprenta, pero sin que sea imprescindible la necesidad técnica de los libros impresos (en los que igualmente brillan tipos como Avellaneda). Porque su vida pronto se comentará en las ventas, se pintará en lienzos, en azulejos ornando las paredes; irá de boca en boca en romances, se representará en retablos de marionetas; divertirá a los jóvenes y hará reflexionar a los ancianos. Don Quijote es más espíritu que letra. Mito fundacional para una humanidad más sabia, luz frente a tinieblas. O habría de serlo, si las tinieblas no lo rechazaran.

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