Opinión | Los dioses deben de estar locos

Don Quijote de la Buena Muerte

En vano le recuerdan, por ver si lo animan, que Dulcinea ha recobrado su hermosura y está libre de hechizos, que Sancho espera la pronta salida a los bosques para que, junto con su amo, sean ambos poetas y pastores. En vano, todo en vano, pues que en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño

'Muerte de don Quijote', a partir de Gustave Doré (1905)

'Muerte de don Quijote', a partir de Gustave Doré (1905)

Reina la tristeza en casa del hidalgo, resulta ya cuestión de poco tiempo. Su cuerpo está agotado por largas jornadas a la intemperie, por palizas y golpes, por noches en vela y por una constante excitación nerviosa, propia de quien ha visto cosas asombrosas, cabezas de metal que hablan, gigantes que aterrorizan la tierra. No olvidemos que ha descendido a las profundidades de la tierra y ascendido hasta las estratosféricas alturas del cielo, cercano al mismísimo sol. Pero todo ha de acabar ya. Se apaga como una vela, apenas recupera la consciencia para sufrir nuevos desmayos.

De repente, quien despierta durante el tiempo suficiente para despedirse de la vida, no es nuestro caballero. Aquel organismo desgastado, quebrado y pronto a morir, vuelve a ser Alonso Quijano, que regresa del torbellino de los hechizos y encantamientos de la locura. Da muestras de conocer y recordar todo cuanto había hecho siendo don Quijote, y lamenta profundamente haber sido una burla para todos. El peso de mil afrentas cae sobre sus ojos. 

Sus buenos amigos no dan crédito, tanto tiempo deseando traer a casa al pobre hombre, yendo en pos del prófugo para devolverlo a su aldea, que ahora, precisamente ahora, parece que no quieren que tal cosa haya sucedido. Quizá es que están echando ya de menos cuando hechizaron al caballero y lo colocaron sobre un carro de bueyes, o cuando se lanzaban al combate contra él, bajo la engañosa forma del Caballero de los Espejos o del Caballero de la Blanca Luna. En vano le recuerdan, por ver si lo animan, que Dulcinea ha recobrado su hermosura y está libre de hechizos, que Sancho espera la pronta salida a los bosques para que, junto con su amo, sean ambos poetas y pastores. En vano, todo en vano, pues que en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño. Alonso Quijano no es ya don Quijote, es más, quiere que la muerte llegue a él cristianamente, su deseo ahora consiste en dictar testamento, confesar, y partir. ¿Será cierto que quien ha vivido loco vaya, por último, a morir cuerdo?

Con su último aliento abomina de los libros de caballerías, a quienes los leen y divulgan tales historias. Parece un brujo arrepentido que quisiera maldecir todos sus grimorios antes de arrojarse con ellos a las llamas para, al menos, morir arrepentido y en gracia de Dios. Su exceso de celo es patente, si su sobrina quiere casarse, ordena que haya de ser con quien jamás haya oído ni una sola palabra de caballeros andantes. Pero, ¿cómo sería posible, si no hay nadie en el mundo que las desconozca? Su sobrina, que en tales condiciones no encontrará a nadie para celebrar sus bodas, está abocada al convento después de haber sido una resignada Penélope, esperando la llegada de aquel Orlando Furioso de La Mancha. De repente, el viejo resulta el mayor enemigo de Amadís y de cuantos paladines habían inspirado antes su locura. Por su cambio furioso y repentino, don Alonso es ahora, aunque tan sólo por unos instantes, el oponente de sí mismo, de don Quijote, y morirá maldiciéndolo. 

Su celo contra la caballería es tan grande como lo fue antes su devoción. El sello del exceso marca ambos modos de conducta. Es evidente. Sí, el loco sigue allí. Y es él (pobre hombre, pobre desgraciado), quien va a morir. Pero don Quijote… Don Quijote no se sabe dónde está. Ha desaparecido sin más, como Arturo o como Rodrigo. Sumido en la sombra del misterio más profundo, cabalga hacia la gloriosa inmortalidad que ha conquistado por haberse convertido en la sabiduría misma. Su destino está en las estrellas. Martirizado en vida, presidirá ahora los altares domésticos de generaciones venideras, formadas por personas buenas y valientes, tan valientes como para perseguir el sueño del amor y de la justicia. Dios sea bueno contigo, noble caballero. Ya cabalgas entre las nubes; ligera se ha hecho la coraza, henchido está el corazón, ya no hay lágrimas; atrás queda la pesada tierra. El dolor solo ha sido un breve instante, y la felicidad, que ante ti se abre, que tanto has merecido, es ya tu recompensa eterna.

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