En casa hemos pasado de pensar en profesiones en función del disfraz más gracioso, a pensar en serio en trabajos de verdad. A los pequeños les queda mucho margen, pero el debate, mejor dicho, el dilema, está cada vez más presente, y ellos también piensan qué quieren ser de mayores. Qué te voy a decir, también para nosotros es una forma de aterrizar en la vida real. De la noche a la mañana, el futuro que parecía tan lejano está a la vuelta de la esquina. Además, no sólo se trata de que ellos saquen las mejores notas, que sean maduros y responsables. También yo me siento presionada por si traigo muchos pájaros a sus cabezas, o por el contrario me paso de frenada y les pongo plomo en las alas.

El episodio epopéyico que estamos viviendo con el covid sirve de ejemplo diario para enseñarles que el hombre propone y que Dios dispone. Que estudiar no es sólo memorizar o aprender materias. Estudiar, educarse, es un arte muy duro. Yo terminé la carrera convencida de que era un ente independiente, con personalidad propia. Que unas veces olía el miedo, y otras te hacía regalos. Si la acabé, aparte de por el apoyo de mis padres, fue sin duda por el arte, que nunca termina de dominarse, de caer y levantarse. El pico y la pala.

Luego está que te guste lo que hagas. Ignacio Ayala le decía a Cristina que no por gustarle los animales le gustaría ser veterinaria. También tenían que gustarle las cosas que son propias de los animales: las granjas, el barro, los bichos... El panorama de profesiones, visto así, es muy amplio.

Sin embargo, mis hijos y los tuyos han nacido en la era covid. Con diferencia, el mayor desafío colectivo al que nos hemos enfrentado. Nunca han estado tan en peligro nuestra salud, nuestra economía y nuestra sociedad. Y es precisamente esa sociedad, la gente, la que a cada minuto, le está poniendo corazón y espíritu a la pesada carga de sacrificar trabajos y libertades. Qué pena que veamos tan lejos aquella época de felicidad, salud y libertad.

Pero no andemos con nostalgia por el pasado. Miremos a través de nuestros hijos al futuro. Famosas han sido las gestas de nuestros antepasados, y hemos tenido episodios verdaderamente gloriosos. Y aunque nuestros hijos no nacieron con la expectativa de hacer nada extraordinario, la revolución tecnológica, la crisis de valores imperante hace tiempo, y la crisis económica sin precedentes que se avecina, hace que la humanidad, la civilización tal y como la conocemos, esté al borde del precipicio.

Yo, que pasé mi infancia en tiempos prósperos, pacíficos, libres y felices, lo que deseo a mis hijos ante este panorama, cuando preguntan qué pueden ser, es que tengan ánimo y fuerza. Que afronten el desafío que les ha tocado. En otras palabras, les deseo viento en las velas, y ayuda de Dios.

Independientemente de qué quieran ser, el deber les llamará a ellos también. Y necesitamos líderes fuertes. Todos hemos visto a personas, familias, empresas, e incluso países, derrumbarse por su incapacidad para separar caprichos personales de obligaciones elementales. Debemos animarles a no cometer errores similares. A menudo, sus deseos entrarán en conflicto con sus obligaciones. Muchas personas y muchas situaciones les harán dudar de lo que tienen que hacer o cómo deben actuar. Ante la duda, la balanza debe caer siempre del lado de lo que les hemos transmitido. Los valores del humanismo cristiano de occidente, que sustenta nuestra civilización desde hace veinte siglos. No tiene nada que ver con creer en Dios si no en la justicia, la compasión, la solidaridad y la libertad. Hacer el bien, alejar al lobo, y proteger al débil. Esa debe ser su vocación.

Y para cuando se sientan cansados, cuando se pierdan en el camino, que miren, ahora, a su alrededor ¿Quién hay? Sus familias, y en este momento, también sus profesores. Esas personas que hoy, desinteresadamente, les están ayudando a formarse, son las personas a las que, sin preguntas y con los brazos abiertos, siempre podrán volver.