Hace ya algún tiempo, cuando mi sobrina tenía su más tierna edad, fue con el colegio a una granja escuela y al regresar, emocionada, le contó a su madre que había visto gallinas ´crudas' corriendo por el patio. Y a mí eso me dio que pensar. Y puestos a pensar pensé que era normal que los niños, que acaso hayan visto alguna vez el campo a lo sumo en las películas, asocien crudo con vivo, porque es cocinado lo más cerca que a veces han podido ver a un animal. Y eso no puede ser. Tanta separación de nuestro entorno no puede ser buena.

He recordado esta anécdota con motivo de la celebración el pasado martes del Día Mundial de la Educación Ambiental. ¿Un día mundial más de los muchos que hay de las distintas temáticas? Creo que no. Creo que precisamente ahora, cuando la pandemia nos ha puesto frente a la cruda realidad del resultado de una sociedad humana que no cuida de su entorno, se hace más evidente que nunca que para alcanzar las ideas de la sostenibilidad, la conciencia social de grupo, que conozca, actúe y reivindique, es una condición indispensable. Y para alcanzarla es indispensable que la sensibilidad se construya desde los primeros momentos de la persona y se extienda durante toda su vida. Y aquí es donde toma cuerpo la Educación Ambiental.

Dice un famoso documento firmado en Moscú en 1987 que «la educación ambiental es un proceso permanente en el cual los individuos y las comunidades adquieren conciencia de su medio y aprenden los conocimientos, los valores, las destrezas, la experiencia y, también la determinación que les capacite para actuar, individual y colectivamente, en la resolución de los problemas ambientales presentes y futuros». Pues muy bien dicho, pero también bajo la condición de que la gestión pública en materia de medio ambiente vaya por delante y por detrás de la educación pública; porque no sirve de nada, por poner un ejemplo tonto de tan obvio, que la gente se conciencie de que hay que reciclar las pilas si luego no hay donde depositarlas.

Por eso la educación ambiental debe llegar a todos los sectores de la población, y no sólo a los docentes o los infantiles, como a veces se cree, sino también a aquellos en los que recae la toma de decisiones o ejercen una fuerte influencia social: empresas, gestores, administraciones o medios de comunicación.

Hace ya bastante tiempo que el Gobierno regional comenzó a elaborar, junto con diversas entidades y asociaciones, lo que tendría que haber concluido en una Estrategia Regional de Educación Ambiental. Me consta que llegó a haber mucho trabajo hecho y un documento final prácticamente terminado. Sin embargo, desde aquello ha llovido mucho y nuestra región sigue sin contar con un plan de ese tipo, como el que sí tienen otras comunidades autónomas. Propongo que se retome y que la región impulse la educación ambiental como es debido.