La última ocurrencia de la presidenta del Observatorio de Violencia Doméstica y de Género ha sido proponer la erradicación del piropo porque «supone una auténtica invasión en la intimidad de la mujer». Una vez más hay quienes vuelven a confundir el todo con la parte. Quiero decir que está bien denostar los piropos groseros y soeces que son hirientes y hasta insultantes, pero hay que diferenciarlos claramente de los piropos que suponen frases de halago y de galantería en los que se aprecia el ingenio y el buen gusto. Para algunos, parece que hay que desterrar la exaltación de la belleza, que es ni más ni menos lo que representa el piropo y no una invasión de la intimidad. Porque no es solo la mujer la destinataria del requiebro, sino que puede serlo cualquier persona que sugiera a otra la necesidad de destacar las bondades físicas o humanas. El piropo es parte de la cultura popular, como son los refranes o los dichos populares y sería una estupidez que los metiéramos en el baúl de los recuerdos.