Acabo de leer que los ayuntamientos de Gerona (Gerona, sí, Gerona, pijo) y Barcelona piden república y que a la infanta Leonor se le niegue el título de Princesa de Gerona. Quieren dejarnos hasta sin princesas, sin códigos amorosos para cabrear feministas, sin poesía. Por su parte, Urkullu, el heredero espiritual del racista Sabino Arana, se negó ayer a asistir a la abdicación de Juan Carlos I. Además, me entero de que en Asturias, cuna de las Españas, la izquierda va a generalizar la enseñanza del bable en lugar de la del francés o el alemán. Están contra la Monarquía, porque es una antigualla, y se dedican al bable, un dialecto medieval del latín, tan antigualla como la monarquía, su coetánea exacta en el caso asturiano. Ayer los nacionalistas se negaron a aplaudirle en las Cortes. Para mí es suficiente. ¡Viva el rey! Todos los reaccionarios nostálgicos que quisieran reyes regionales propios, coronas herederas de la disgregación visigoda, patrias feudales, se han hecho republicanos. Pero no lo son. En España nadie es republicano, porque eso significaría la igualdad, y lo que les gusta a los españoles es una monarquía singular para cada uno, un estatuto de hecho diferencial, un pacto fiscal, unos fueros, algo para poder cagarse en el vecino. Mal que bien, los pobres de las Castillas y los Sures terminamos por darnos cuenta de que la única esperanza contra nuestras corruptas aristocracias era un poder superior que nos protegiera de ellas. El señor Fainé, jefe de una caixa molt important, Isidre, allí, Isidro, aquí, supongo que Isidren en Berlín, le pide al nuevo rey un gran pacto de Cataluña con España, como si fueran cosas distintas. Y yo le digo al rey que no olvide que es nuestra igualdad su razón de ser: «Del rey abajo, ninguno». La utopía.