Si yo tuviera de veinte a treinta años, si fuese una estudiante machacada por la negación de las becas o trabajadora en paro sin visos de solución „pese a mi licenciatura, mis idiomas y mis master„ mientras tengo que escuchar del ministro Montoro que no han bajado los sueldos de los trabajadores y a la señora Báñez intentando convencernos de que el mundo del trabajo en España es jauja, es posible que hubiese tenido la tentación de votar a Podemos, porque su discurso ha sabido penetrar en las capas más jóvenes y más desprotegidas de la población. Pero tengo algunos años más y no me veo votando a un partido que dice que «nos gobiernan inútiles», y que achaca su éxito a que «es el antipartido» „Lola Sánchez, la electa eurodiputada por Cartagena dixit„ o descalificando las opiniones de Felipe González „«caricatura de si mismo», en palabras de Pablo Iglesias„, porque no me gusta la gente que se muestra en su discurso tan duro con los demás y tan frágil a la hora de encajar la crítica. Yo quiero vivir en una sociedad que no esté regida por los ´antipartido´ „la expresión no es mía, es de ellos„, porque en las dictaduras no se necesitan los partidos; en las democracias sí, con sus virtudes y con sus defectos, y no quiero aventuras que pongan en peligro lo que tanto nos costó conseguir.

Dicho esto, me parece poco acertada la descalificación que se está haciendo de Podemos por parte de algunos partidos a los que se les llena la boca de democracia olvidando que democracia es también que cuando se gobierna no se tenga la tentación de apagar las voces de los medios de comunicación que no les son afines; que democracia es respetar la labor de los periodistas, aunque no se compartan sus puntos de vista; que democracia es que un Gobierno procure una más justa distribución de la riqueza; que democracia es respetar los resultados electorales de partidos que han sabido tocar el corazón de unos ciudadanos absolutamente desencantados con los que les gobiernan y con una oposición un tanto despistada que ha olvidado que la oposición es eso, demostrar día a día que se es una opción de gobierno, evidenciar que si ellos gobernaran lo harían de otra manera, que no son iguales, en definitiva; porque no lo son, pero hay quienes lo perciben así, y eso es lo preocupante.

Lejos de atacarlos, deberían de preguntarse como es posible que, con tan pocos meses de vida, un partido haya conseguido tanto respaldo porque se equivocarán, y mucho, si piensan que los votantes de Pablo Iglesias proceden todos ellos de un tipo de izquierda radical. No, muchos votantes de Podemos, hasta hace poco se identificaban con el centro, gente de una clase media machacada que está harta de los partidos que no son capaces, por ejemplo, de parar la corrupción dentro de sus filas. Gente que está cansada, entre otras cosas, de pagar más impuestos que las grandes empresas y que no aguanta más esta asfixia.

Es cierto que Podemos ha sabido moverse muy bien en los foros en los que, en definitiva, ahora se construyen los mensajes políticos en este país: en la televisión y en las tertulias radiofónicas; que su cabeza, Pablo Iglesias, se conoce muy bien todos los secretos de la comunicación no verbal „no interrumpe a los demás, no altera un músculo de su cara, no levanta la voz cuando habla, no insulta„ y la otra, con un discurso directo y fácil de entender. Un discurso que me hace pensar en lo que me dijo un profesor de redacción, cuando yo estudiaba periodismo: «Escribe para los albañiles; los demás te entenderán también. Si escribes para los ingenieros, los demás no te entenderán». Y él, Iglesias, habla con un discurso claro y directo, que llega. Ahora es cuando se está equivocando, cuando comienza a vérsele el plumero con IU porque, aunque él se empeñe en lo contrario, IU también forma parte de esa ´casta´ a la que tanto se refiere.