Las comunidades de vecinos tienen un moroso principal: el banco. Aquí el banco son los bancos sin ese distingo que repiten los apóstoles de los comerciales puros respecto a las cajas de ahorros que, cuando funcionaban como debían, financiaban proyectos sociales, daban servicio público en pueblos que no lo tenían y empleaban algunos euros en que las comunidades medianas pudieran tener artistas alimentados.

Los bancos que se han hecho con los pisos que se han quedado sin comprador o sin hipotecado, las casas que han tirado al habitante por la ventana merced a un lanzamiento del juzgado a requerimiento del banco, siguen teniendo plaza de garaje, gastos comunes, derramas pero el banco no los cubre y quedan como impagos de los vecinos que pagan, que no pueden aplicarle comisiones de descubierto ni incluirlos en una corta lista de morosos, porque cada vez hay menos bancos.

La morosidad genera morosidad, porque si no te pagan no puedes pagar, pero no es lo mismo ser un moroso individual que ser un moroso corporativo. El moroso particular que entra en el fichero de mal pagador ve cómo otras empresas, que son propiedad o están infiltradas o entreveradas de bancos, dejan de prestarte el servicio, le rechazan como cliente. Cabe imaginar que a alguien le quiten la luz o el gas porque el banco no paga lo que les corresponde en la comunidad de ese vecino.

Esa falta de reciprocidad, esa cosa unívoca, lo poco mutuo de una relación de trato, igual que esa letra pequeña que oculta lo que no se dice en alto, exigen un control que está muy bien que se organice a través de las asociaciones de consumidores y usuarios y se solvente en los tribunales pero eso no debe hacer que lo desatiendan los políticos que consiguen el poder por medio de los votos y que, en esas omisiones, sí que sienten una injustificable desafección por los ciudadanos.