Ya va llegando a su fin la calor del estío murcianico... Los más afortunados, bajo el limonero, la morerica fresca, y el agua de la acequia mojando sus pies. Otros, sin embargo, disfrutando de haber dejado las listas del paro, trabajando a destajo en las variopintas y veraniegas labores que el veranito depara.

Imagino al albañil a la solana, con su pañuelo anudado en 'lo alto la azotea', que empezó a trabajar después de ni se sabe cuánto tiempo amargado, arrugado, en el paro, cobrando un algo, si es que aún tenía derecho (qué blasfemia, que alguien haya de tener derecho, o no, a tener un ingreso que le permita respirar, vivir€).

Imagino al recolector de fruta que de sol a sol recoge en su piel el moreno de tres o cuatro vidas a la vez, si no tiene la precaución de usar manga larga que le proteja también de las picaceras€

Repartidores, jardineros, ferralladores, vendedores en los mercados, socorristas, loteros€ Tantas vidas, tantas ocupaciones. Cuánto cuesta ganarse el pan que nos llevamos a la boca.

Este Gobierno, con su buen hacer (si alguien no entiende, sepa que a veces hablo del revés), nos ha avocado a una situación inédita en este país que, como sigamos así, va a volver a llamarse Piel de Toro, pero esta vez, rústica tirando a lija€ Una situación caótica que nos retrotrae a tiempos de lucha, barricadas, estampidas. Pero esta vez, nos tienen más cogidos por las gónadas, por decirlo de un modo suave. Esta vez parece que nos han tomado la medida de nuestra capacidad para doblegarnos.

Me dice la gente que vaya un desbarajuste, que no hay derecho, que qué vamos a hacer, que los sindicatos no hacen nada... Ay, ya le dieron a una en su punto débil. Válgame, me gusta dejar el pabellón bien alto, sacar pecho, un poco más, y demostrar que ni están todos los que son ni son todos los que están.

Me gusta contarle a la gente el origen de la palabra sindicalismo. Del término griego síndico, aquel que defiende a otro en un juicio, que lo protege; asímismo, se denominaba síndicos a la comisión formada por cinco oradores públicos, los cuales se encargaban de proteger las leyes existentes.

Mucho ha llovido desde que los griegos comenzaran a forjar su legado de sabiduría para el resto del mundo. Y paradójicamente, aquellos que han destruido al país heleno con políticas neoliberales que aniquilan la esencia de la democracia, se dedican por estos lares, amén de aplicar los mismos hachazos laborales y económicos, a despotricar del sindicalismo, acusando a quien lo sea, en cualquiera de sus vertientes, de poco menos que escoria. Ay, cómo le conviene a este Gobierno sujetar a las masas, cómo le conviene tenernos bien subyugados bajo su yunque de borreguismo, doblegarnos 'como dios manda' (este dios es con minúscula, no merece más), ponernos la soga del servilismo al cuello, con piedra incluida, y hacer de esta sociedad un remanso de imbéciles anodinos y conformistas.

Cierto que se han cometido abusos, que algunos que dicen llamarse sindicalistas ni lo son ni dejan que los demás lo seamos; ni dan buena fama, más bien la roban, ni tienen derecho a usar ese vocablo, y menos para aplicárselo a sí mismos. Cierto que algunos sindicatos están inmersos en procesos nada honrosos para sus filas, inaceptables para el conjunto de la ciudadanía, pero, como decía, ni son todos los que están ni están todos los que son€ De ahí a generalizar, media un abismo y mucha mala fe.

Porque son más la mayoría de las mujeres y hombres en este país que son sindicalistas, que verdaderamente defienden al conjunto de trabajadores y sus intereses; que se dejan la piel por cada trabajador que requiere una mano en forma de asesoramiento, información, de saber cuáles son sus derechos y sus obligaciones, de trabajar por una representación sindical en el seno de las empresas, que verdaderamente defienda los legítimos intereses de los compañeros. Gente que en muchos casos tiene sueldos mileuristas, nada que ver con lo que a bombo y platillo pretenden hacernos creer.

Conviene recordar que cuando un trabajador reclama sus derechos está al tanto de sus obligaciones; que hay algo llamado fidelidad que no está pagado ni reconocido las más de las veces. Pero, claro, divide y vencerás, y mientras el Gobierno se frota las manos viendo el desmantelamiento del tejido social y su directa consecuencia, el servilismo, algunos se dedican al «y tú más», olvidando que el 'enemigo' es otro. Que no son los sindicatos ni las organizaciones sociales ni las Ong's los que están desmantelando el Estado del Bienestar, no (ya quisieran más de uno); sin embargo, estemos ojo avizor, este va siendo el desenlace: inconformismo, pero sumisión; queja, pero achantando lo que venga, no sea que nos den un pescozón en forma de sanción, bajada salarial, despido€ (¿aún no sabemos que igual nos lo van, como mínimo, a intentar dar?).

En fin, ¿qué más contaros? Cuando alguien me pregunta qué vamos a hacer, digo que el camino se hace paso a paso, que por más paradójico que resulte no hay más cáscaras que ir haciéndolo dando un pasico delante de otro, y otro, y... que juntos es como avanzamos; dejando de lado el miedo es como podemos atrevernos a más.

Si los trabajadores no nos aliamos, ¿quiénes van a hacerlo? Leí en una pintada en la calle: «El miedo de los poderosos es que el pueblo pierda el miedo», poderosa declaración que, aplicada en cada uno de nosotros, haría verdaderos milagros.

Hay más gente buena en el mundo de lo que a muchos les gustaría, sindicalistas incluidos, así que cada oportunidad ha de convertirse en una gran ocasión para demostrarlo; y unir muchas voluntades es el principio de un gran propósito. ¿Por qué no comenzar por tomar conciencia de que los trabajadores somos todos uno?