La reunión estaba convocada a las ocho, eran menos cuarto y yo repasaba mi ponencia mentalmente mientras caminaba por la Gran Vía en dirección al Puente Viejo disfrutando del atardecer fresco y sin demasiada prisa cuando, a lo lejos, reconocí sus andares. Pensé en cruzar de acera o en esconderme detrás de una supuesta llamada de teléfono, pero supuse que esta vez no sería como siempre.

Justo a dos metros de encontrarnos abrió los brazos y, con voz atronadora, me interpelo inequívocamente: "¡Hombre, tio! ¿Cuánto tiempo? Dime, tronco ¿qué es de tu vida?" y, sin darme tiempo a replicar, comenzó a vomitarme con una verborrea irrefrenable la vida y milagros de su familia, amigos comunes y suya propia. Así me enteré de que su hijo mayor había pasado una neumonía que le impidió presentarse a un parcial de psicodiagnóstico pues estaba estudiando Psicología ("ya te lo mandaré para que le ayudes si se atranca"); que su pequeña ya tenía novio formal y "no veas la pinta de pavo que tiene pero es muy respetuoso y atento"; de los problemas de Manu y Loles en su matrimonio y como él les había aconsejado que se fuesen unos días de viaje ellos dos solos "para aclarar los temas pendientes"; de los esfuerzos que tenía que hacer para llegar a fin de mes ("nene, ya ni cenar por ahí me puedo permitir"); de la salud deteriorada de su padre pero de lo bien que lo llevaba y de cómo esta desgracia había unido a los hermanos; me informó de la muerte de un antiguo profesor del colegio que yo no recordaba ("sí, hombre, le llamábamos el Paletó"); me dio la dirección y el teléfono de un restaurante que "por precio y calidad es acojonante"; de lo cascado que estaba Pepe J. con el que se había cruzado "cinco minutos el otro día"; de su vuelta a hacer algo de deporte; de su abstinencia al tabaco y de infinidad de nimiedades que me importaban un comino y que durante cuarenta minutos salieron de su boca mientras como si de un baile se tratase girábamos lentamente hasta verme mirando al sentido opuesto al que me dirigía .

"Bueno, tío, te dejo, que llevo prisa. Y tú ¿no te cuentas nada?Tan callado como siempre", me dijo golpeando mi espalda violentamente a modo de despedida mientras me espetaba a quedar con tiempo para "hablar detenidamente de algunos temas". Llamé a mis colegas para que me disculpasen por no poder acudir a la reunión, que debía ya de estar a mitad, aduciendo un terrible dolor de cabeza como escusa barata.Me pareció oír antes de colgar que me criticaban por mi falta de seriedad.