La reforma laboral es la tercera de las tres patas sobre las que el Gobierno quiere impulsar su plan de cambio para la economía española. Analistas, sindicatos, empresarios, catedráticos de Derecho del Trabajo y Gobierno han opinado sobre la reforma laboral, y creo que todos tienen alguna parte de razón, unos en las criticas y otros en las alabanzas.

La rigidez a la que se enfrentan empresas y trabajadores para modificar sus condiciones de trabajo provocaron que el ajuste se concentrase en el empleo, en lugar de hacerlo en el número de horas trabajadas, a diferencia de otros países europeos. Comparándonos, no con Alemania, sino con otras economías de nuestro entorno, llegamos a la conclusión de que algo no se ha estado haciendo bien. Tomemos como muestra el dato del paro en Portugal: es sorprendente, que en un país intervenido la tasa de paro se sitúe en el 12,8%.

En el año 2011 la economía española destruyó 352.000 empleos netos, un 70% de naturaleza indefinida y se cerraron muchas empresas. Las perspectivas para el 2012 no son mejores por la inercia de los ciclos y según las previsiones de organismos oficiales y privados no se generaran puestos netos de trabajo hasta el 2013, lo que provocará que la tasa de desempleo llegue al entorno del 25%.

La reforma no gusta a los trabajadores en activo, pues pierden, no un derecho, pues se les mantiene lo que llevasen generado hasta ese momento, sino una expectativa de derecho si la legislación se hubiese mantenido inalterada. La indemnización de 45 días por año solo operará por el tiempo trabajado anterior a la modificación legal; a partir de ahí será de 33 días y además también baja el tope del cómputo para todos, de 42 mensualidades a solo 24.

Este argumento es esgrimido por los sindicatos para criticar el decreto, pero un alemán recibiría un 10% menos de indemnización y uno francés o belga un 40% menos. Aún seguimos estando por encima de la media europea.

Cuando vemos a nuestro alrededor a jóvenes, familiares y amigos sin trabajo y sin perspectiva de encontrarlo llegamos al convencimiento de que algo habrá que hacer.

El decreto contempla una serie de medidas amplias de fomento por las que un joven ó un mayor de 55 años, un parado de larga duración o un emprendedor, merced a la modificación legislativa, tienen una esperanza para remontar y que no se lleguen a cumplir las previsiones de ese 25% de desempleo.

Sin crédito y sin reforma, ninguna empresa se lanzará a aumentar plantilla. Sin crédito y con reforma, las empresas con beneficios pueden llegar a hacerlo y otras que están muy mal, por lo menos no cerrarán. Y, después de que la recesión toque suelo, podrán empezar a crear empleo.

Por ello, al hablar de la reforma laboral todos tienen parte de razón, como decía William Shakespeare: «Nada es verdad ni es mentira, todo depende del cristal con que se mira».

La reforma financiera, la laboral…, aunque al más corto plazo no mejoren la situación, salvo en la mayor credibilidad de nuestra nación ante el resto del mundo, si que constituyen la base necesaria para emprender el camino hacia la recuperación.