En nuestra muy española sociedad existen dos clases de seres humanos, o humanoides, si así lo quieren. Los unos se mantienen de Hacienda, y los otros mantienen a Hacienda. Los unos cobran del Tesoro Público, y los otros pagan al Tesoro Público. Los unos dan servicio para poder comer, y los otros producen para poder cotizar. Los unos obtienen seguridad en su trabajo, y los otros trabajan en la mayor inseguridad. Los unos viven, y los otros sobreviven€ El Estado, las comunidades, las administraciones, suprimen inversiones, reducen subvenciones, anulan ayudas para asegurar la existencia de los unos. Y en ese mismo Estado, en esas mismas comunidades, en esas mismas administraciones, caen empresas, se reducen autónomos, cierran negocios, y se compromete la subsistencia de los otros.

Y he aquí que los unos achacan a los otros el crecimiento de una economía sumergida que amenaza su trabajo y el servicio público que realizan, y los tachan de insolidarios. Y llevan razón. Pero los unos no reconocen la insolidaridad que supone echarse a la calle cuando les piden trabajar un poco más por un poco menos, mientras Cáritas recibe mogollón de clientes de los otros.

Los unos restriegan a los otros la insolidaridad que supone el dejar de pagar impuestos, que mantienen el cotarro general y el suyo en particular. Y llevan razón. Pero no ven insolidaridad alguna en estar comprando, por (mal) ejemplo, cuando deben estar trabajando, como lo que recogieron los medios en el último outlet murciano, donde había más de los unos en los puestos que en sus puestos, mientras los otros tienen cada vez menos puestos donde trabajar y donde comprar.

Los unos afean a los otros, sí, esa evasión de impuestos que dificulta el mantener los servicios y mantenerse a sí mismos, y los llaman insolidarios. Y llevan razón. Pero no se solidarizan los unos con los otros compartiendo, por otro (mal) ejemplo, el mismo calendario laboral, y exigen, sí, exigen, que les devuelvan las fiestas navideñas caídas en domingo por otros días libres, porque los unos, claro, han de tener más que los otros incluso disfrutando un calendario que los otros no tienen.

Los unos claman y declaman la manifiesta insolidaridad de los otros, que cada vez comparten menos sus impuestos con los unos y su público servicio. Y llevan razón. Pero los unos tampoco comparten con los otros sus muchas ventajas de ser unos, ni tampoco quieren que los otros compartan con los ellos los muchos inconvenientes de ser otros.

Los unos dicen injustos a los otros, que practican la economía insolidaria para con ellos y para con la labor que prestan. Y llevan razón. Pero los unos se niegan a trabajar media hora más por lo mismo, mientras los otros no tienen más remedio que trabajar mucho más por bastante menos.

Los unos claman a su patrón que persiga sin piedad a los depredadores que ponen en peligro el sistema del bienestar, propio y general, que los insolidarios atacan. Y llevan razón. Pero los días de asuntos propios, y los moscosos, el resfriado del gato, las bajas médicas por cansera y las de estrés por el morro, de los unos, contrasta con el ir a mear colgado de cartel, de los otros.

Los unos echan en cara a los otros, es verdad, su insolidaridad por la práctica de una economía que, más que sumergida está hundida. Y llevan razón. Pero los unos se agarran a los niveles y escalofones por no mover un tintero que corresponde a otro uno que para eso está, no él€ mientras entre los otros hay ingenieros trabajando de basureros.

Cuando los otros pasan a ser unos, se vuelven protestones, rezongantes y reivindicadores, pero no se sueltan de ser unos ni con aceite hirviendo. De que los unos pasen a ser de los otros sin posibilidad de volver a ser unos, no se conoce caso alguno. Por eso mismo, los unos siempre se quejan de ser unos, pero nunca quieren ser otros, si bien los otros se matan por ser unos. Cuando a los unos les dices que hay países donde los unos se rigen por las mismas leyes y normas laborales que los otros, claman al cielo, y cuando eso mismo se lo cuentas a los otros, claman a Santa Rita, por si se volviera abogada de lo posible.

Y ahora, la pregunta del millón, que prueba que son ustedes espabilaícos: ¿Quiénes son los unos y quienes son los otros?.. Como habrán observado, yo no los nombro en ningún momento, así que a ver si la listeza habita en sus meninges y hacen gala de saber lo que saben. De premio a los diez primeros acertantes, les regalaremos las obras completas del Pato Donald prologadas por la Terelu.