Quizás el titular debió ser «González desprecia a Zapatero», pero el desdén clasista tiene un punto de abstracción, y en el catálogo de puyazos del primer presidente socialista al segundo se percibe un sentimiento más depurado. El odio se polariza con mayor precisión en el objeto detestado, y aunque los protocolos corteses imponen variantes descafeinadas en su formulación, hay que reivindicarlo sin amortiguarlo. En especial cuando el felipismo no se ha refugiado en la discreción, y ha dado publicidad al escaso mérito que concede al actual líder de la izquierda.

González rubricó la despedida del presidente del Gobierno, al comentar que «es de los mejores discursos que ha hecho nunca». Es decir, lo más valioso de su carrera política consiste en abandonarla, con alguna precipitación. Por si el sarcasmo pasaba desapercibido, el expresidente se apresuró a criticar el retraso de las primarias hasta después de las elecciones. La sucesión debía haberse dirimido de inmediato, seguramente para eliminar cualquier resquicio de que Zapatero reconsiderara su jubilación, una hipótesis que azogaba a su predecesor. La aversión de González se hizo más sangrante al aflorar en un acto donde también participaba el convergente y moderado Miquel Roca. Para redondear el espectáculo, los congregados celebraban el espíritu conciliador de la transición.

La relación entre los presidentes del Gobierno socialistas desborda la política para ingresar en la psicología, y no precisamente en los capítulos

más amables de esta asignatura. El balance que filtra González del Gobierno de Zapatero es que nunca debió comenzar y que, dado que la hipótesis de una tercera legislatura desafiaría la longevidad del primer gobernante socialista, el presidente tiene que marcharse y no enredarse en dilaciones póstumas. Cuando su sucesor todavía vacilaba sobre el momento óptimo para su prejubilación, González le aguijoneaba con un urgente «cada vez le queda menos tiempo para decir que no se presenta».

Según transmiten sus próximos, González se muestra dolido porque su sucesor lo ha marginado por completo. Sin embargo, la ruptura radical no sólo obedece al temor a sentirse dominado por una personalidad más fuerte, también evita la peligrosa tentación de los padrinazgos

dinásticos, que tanto daño están haciendo al PSOE en Andalucía. La genealogía es una perversión de la democracia, por mucho que le cueste aceptarlo a Chaves. Además, la insistencia de González por medirse a su sucesor impulsa a pensar que algo habrá hecho bien Zapatero, para merecerse una antipatía tan reconcentrada. Thatcher nunca se preocupó en exceso por John Major, sabía de sobras que su efigie no le

inquietaría.

Zapatero puede haberse desvinculado de González para no repetir sus errores, pero en el declive de su carrera habrá comprobado que los imponderables perfilan una trayectoria con mayor fuerza que la determinación propia. Los errores que han deslucido la gira por China, y que han obligado al Gobierno a sonrojantes desmentidos, componen una variante del aforismo que su antecesor aprendió de Deng Xiaoping. «Gato blanco, gato negro, no importa, lo importante es que sea chino». El desplome acelerado en las encuestas también emparenta a ambos presidentes, culpado el primero de la corrupción desatada en su Gobierno y el segundo de su incapacidad para sojuzgar una crisis con tasas de

paro escalofriantes.

González y Zapatero no son originales cuando se les compara. Tony Blair devolvió a Gordon Brown la animadversión que éste le brindó cuando gobernaba el Reino Unido, utilizando a Cherie Blair como ariete de unas críticas sólo comprensibles desde la fractura de una amistad invulnerable. Putin coloca en aprietos constantes a Medvedev, por última vez al calificar de ´cruzada´ la intervención en Libia. También en Rusia se acusa al sucesor de haberse desenganchado de la pauta impuesta, sin rendir la pleitesía acordada en la sucesión. Con todo, el predecesor más implacable con su continuador es Bill Clinton. Ni siquiera el nombramiento de Hillary Clinton como secretaria de Estado apacigua la visceralidad del blanco negro que siente amenazado su carisma por Obama, el negro blanco.

Más cerca, González y Zapatero recrudecen la ausencia de sintonía de Jordi Pujol contra Artur Mas. Las desavenencias intestinas en CiU fueron trazadas con maestría por Pilar Rahola en su libro La máscara del rey Arturo, aunque la falta de armonía puede haberse cicatrizado ahora que ambos líderes catalanes votan independentista en la intimidad. Perder el poder es fácil, lo difícil es aceptar que otra persona lo gana y que, en el peor de los casos, pertenece a la misma familia. De ahí que Aznar se blindara el ego digitando a Rajoy.