Torregar: "Me atrae la idea de quemar lo viejo para poder recibir lo nuevo"

El creador ceutiense presenta en el Centro Párraga de Murcia 'Arde Occidente', una muestra creada conceptualmente a dúo con el comisario Sergio Porlán y que pretende ilustrar lo que el artista entiende como el ocaso de la sociedad tal y como la conocemos

Torregar, en el Centro Párraga.

Torregar, en el Centro Párraga. / L. O.

Asier Ganuza

Asier Ganuza

El Espacio 2 del Centro Párraga de Murcia acoge hasta el 19 de octubre el último proyecto expositivo de José Antonio Torregrosa, alias ‘Torregar’. Pero se trata de un trabajo diferente, cuenta el creador ceutiense; casi se diría que es una suerte de misión colaborativa en la que él no es el único artista (por mucho que todas las piezas exhibidas lleven su firma). «Yo me conozco, sé lo que hago, pero quizá otra gente pueda hilvanar un discurso diferente con mi obra», señala el también docente. Y ese alguien, en este caso, es Sergio Porlán, artista, director del Párraga y, además, comisario de Arde Occidente, la muestra que nos compete. «Digamos que es una exposición de Torregar, pero vista a través de sus ojos. Es bonito», apunta al respecto el murciano, que atiende a La Opinión en un momento tan complicado como emocionante: el inicio del curso académico en la UMU.

Supongo que es habitual en la Facultad de Bellas Artes, pero... ¿los alumnos le ven o le tratan de otra manera por ser, además de profesor, artista (y más de un cierto nivel, como es su caso)?

Bueno, está claro que yo tengo la ventaja de que hablo desde mi propia experiencia. A veces incluso les digo que sí, que soy su profesor, pero que acabo de salir del estudio: que he dejado los pinceles, me he duchado, me he cambiado y me he ido para allá. Y tal y como está montado el sistema universario –en el que tiene más mérito una publicación teórica que el haber vivido todo eso en tus propias carnes–, creo que ellos agradecen este tipo de discursos. Sobre todo porque a veces se encuentran con profesores dando una materia que no trabajaban desde su época de estudiante... Creo que el perfil del asociado puede ayudar a cubrir esas carencias del mundo universitario.

¿Y se pasan por sus exposiciones? Sus alumnos, digo. ¿Le dicen o le preguntan algo de ellas?

Pues hay de todo. Piensa que yo doy clase desde a gente de Primera hasta a alumnos de máster, y hay algunos que saben lo que hago –incluso que seguían mi carrera antes de que fuera su profesor– y otros que igual se enteran a final de curso de que ese tal José Antonio Torregrosa es Torregar. Pero bueno, como en cualquier grupo humano, hay gente con gran interés e iniciativa y otros que va a por el suficiente y no saben ni dónde están las galerías y museos de su ciudad. Ahora, siempre se agradece que te pregunten por tu obra...

Pues tienen actualmente una exposición en el Centro Párraga con la que pueden conocer a su alter ego: Arde Occidente. Ya el título es bastante potente... 

Pues fue un poco cosa de Sergio [Porlán, el comisario]. Le conozco desde hace años, pero nunca había estado en mi estudio. Y cuando vino –yo le había solicitado el espacio para hacer algo– me dijo que le interesaba contar una historia con lo que tenía por allí. Es decir, que antes que una muestra realizada ex profeso para el Párraga prefería articular un discurso con obra ya creada (alguna expuesta anteriormente y otra, inédita). Y hablamos de la decadencia de los referentes clásicos, de la religión, del mundo globalizado, del fuego como elemento de combustión y de regeneración...

De política (en el sentido más amplio de la palabra).

Sí. Todo es política. Te das cuenta cuando extrapolas cualquier cosa y, de alguna manera, todo tiene que ver con este mundo tan globalizado, multirracial y multiétnico. De ahí la imagen de las esculturas clásicas [recurrentes en su obra y, más concretamente, en esta muestra]: no solo son referentes mitológicos (y del paso del mito al logos), sino que también representan a gobernantes de la antigüedad, a filósofos... Y todavía hoy nos hablan de nuestra propia cultura, ¿eh? La base de la sociedad occidental, entendida desde el punto de vista europeo, está en el mundo clásico (y en la religión, también presenta en esta exposición); ellos han marcado el devenir de los siglos y lo que somos como sociedad.

¿Le incomoda que su arte pueda posicionarle (políticamente)?

No. Sobre todo porque creo que no hay un posicionamiento. Quiero decir: en mi opinión, es una descripción de un lugar. Creo que vivimos el estallido último de una sociedad; proceso que identifico en la pérdida de valores, en cómo los referentes ‘de siempre’ se diluyen (como en mis cuadros)... Y está claro que cuando uno se expresa artísticamente puede transmitir un mensaje. Pero cuando yo firmo un lienzo o una exposición asumo que es el espectador el que debe sacar sus propias conclusiones; yo no voy a defender un discurso.

Torregar, en el Centro Párraga, contemplando una de sus obras.

Torregar, en el Centro Párraga, contemplando una de sus obras. / L. O.

Eso de que la idea que saque cada uno de algo tan subjetivo como esta muestra (como su arte, en general) depende de la experiencia personal, ¿no?

Sí. Además, que yo entiendo el arte como una cebolla con multitud de capas: tú te puedes quedar en la superficial (en lo bonito que es un cuadro o en lo maravillosa que es la ejecución) o profundizar, ir más allá e interpretar ese fuego.

Un fuego que es una constante en su obra y que ni mucho menos tiene connotaciones negativas. En su caso, atiende más a un principio..., no sé si de ‘purificación’, pero, desde luego, más de construcción que de destrucción.

Y también de purificación (en el sentido religioso). Me interesa la idea del resurgir de las cenizas, como el Ave Fénix. Por supuesto que un incendio puede tener consecuencias catastróficas, pero a veces es la propia naturaleza la que engendra llamas en un bosque viejo, e igual ese fuego sirve para hacer una especie de limpieza y que después permita que, con las primeras lluvias, esos árboles vuelvan a rebrotar (y lo hagan con más fuerza). Además, también tiene algo que ver con cómo hago mis obras, con ese proceso de destrucción y construcción de la materia. Muchas veces, cuando estoy en el estudio y tengo una pieza con la pintura aún fresca, la pongo en el suelto y vierto disolvente, barniz o aceites en ella; y después la dejo descansar para continuar con ella al día siguiente. Es mi forma de intentar atrapar algo imposible como el fuego en ebullición, de mantener en mis cuadros la vividez de la llama.

¿De dónde le viene a José Antonio –que no a Torregar– esa fijación por el fuego? Seguro que era uno de esos niños que se quedan embobados mirando la lumbre...

[Risas] Sí. Pues no sé... Yo creo que hay una serie de lugares comunes que muchos asociamos con la infancia. Yo recuerdo pasar mucho tiempo en casa de mis abuelos cuando era pequeño y recuerdo la fascinación que me producía el fuego y sus diferentes formas cuando observaba cómo los mayores hacían la cena o quemaban rastrojos (vengo de familia de agricultores). También he crecido muy próximo a tierras en las que las fallas o las hogueras de San Juan son tradición y, más que eso, son una suerte de ritos iniciáticos relacionados con la cosecha, con quemar lo viejo para poder recibir lo nuevo. En fin, que no sabría decirte si viene de ahí, pero lo que está claro es que todo eso acaba calando (y que el fuego atrae y sugiere).

¿Y qué hay de los antiguos dioses? Unos dioses cuyos retratos en esta exposición parecen conscientemente deteriorados.

La mitología es muy importante para mí... De las muchas vidas que me hubiera gustado vivir, la principal sería la de un arqueólogo que excavara los estratos de nuestra civilización. Creo que el mundo clásico es el legado que nos queda de un tiempo capital que hoy ha sido sustituido por la religión. De hecho, en Arde Occidente hay una obra con una virgen que está llorando por una sociedad que, igual que aquella, hoy tiende a su desaparición

Por tanto, y aunque prefiere que sea el visitante el que saque sus propias conclusiones, desde luego se trata de una exposición que invita a reflexionar.

Sí. Seguramente ese sea el fin último de la pintura si entendemos el arte como una necesidad de comunicarse. Al final, yo no solo me dedico a pintar, trato de reflexionar sobre lo que hago y de hacer reflexionar a los demás. Pero yo hace tiempo que dejé de encorsetarme en el mensaje... Creo que hay tantas lecturas como personas que visiten la exposición.