Entrevista | Carlos Núñez Gaitero

Carlos Núñez: "Las ‘células rítmicas’ del 95% de la música trap coinciden con las de la gaita celta"

«Soñaba con que algún día las nuevas generaciones se acercaran a este tipo de músicas sin complejos, y eso es lo que está ocurriendo hoy»

El gaitero Carlos Núñez

El gaitero Carlos Núñez

Asier Ganuza

Asier Ganuza

El Cartagena Folk celebrará su decimotercera edición esta semana, entre viernes, sábado y domingo. Los conciertos –del Celticue, Ursaria y La Banda Morisca, por citar algunos– tendrán lugar en el Parque de la Rambla, junto al Estadio Cartagonova; solo habrá uno que, por su singularidad, se hará en el Nuevo Teatro Circo: el de la gala de clausura, el del reputado gaitero vigués Carlos Núñez, uno de los grandes referentes a nivel internacional de la música celta desde hace ya casi treinta años. Por desgracia, la ciudad portuaria apenas ha podido disfrutar de su música en directo –su último concierto hay que buscarlo a finales de los noventa–, así que en su regreso ha querido brindarle todo el cariño que no ha podido ofrecerle desde entonces. Y es que el domingo, antes de su actuación, recibirá el premio del festival por una carrera al alcance de muy pocos; y él, encantado.

¿Cómo estás, Carlos?

Muy bien. Encantado de hablar con vosotros y de regresar a Cartagena veinticinco años después.

Ha llovido mucho...

¡Y tanto! Fíjate que estamos hablando de que aquel concierto fue en La Mar de Músicas y con motivo de la presentación de mi primer disco, A Irmandade das Estrelas (1997).

El del próximo domingo es con motivo de la decimotercera edición del Cartagena Folk; festival que, además, va a reconocer su trayectoria. Aunque debe tener la casa llena de galardones de todo tipo..., imagino que hace ilusión.

¡Por supuesto! Para mí es todo un honor recibir este premio. Y no solo por el cariño, sino también por venir de donde viene: de un festival que tiene ya una historia de bastantes años –lo cual es tremendamente difícil, y más en nuestro país– y que está dedicado específicamente a un tipo de música que hay que cuidar, que es tan delicada que necesita un mimo especial. Así que doblemente contento.

Además, ejerce como cabeza de cartel y será el encargado de protagonizar la gala de clausura. ¿Qué tienes preparado?

Pues mira, como hacía tanto tiempo que no tocábamos por allí, he pensado que lo mejor que podíamos hacer es un recorrido por lo que ha sido mi carrera en estos veinticinco años; revivir algunas de las aventuras que hemos encontrado en el camino, que son muchas y nos ofrecen un abanico bastante amplio de posibilidades. Para que te hagas una idea: el concierto inmediatamente posterior al de Cartagena será en Francia, ya que vamos a hacer una pequeña gira por allí con las músicas celtas de Beethoven, mientras que a día de hoy estamos trabajando con productores de trap de 19 años; o sea que fíjate si es grande el espectro en el que nos movemos [Risas]. Eso nos va a permitir hacer un viaje en el tiempo de más de mil años.

Uno de esos últimos trabajos es Danza de espadas, un tema en el que han colaborado los productores Yung Denzo y Xurxo Núñez. ¿La música electrónica se va colando ya también en sus directos?

Claro. Piensa que nosotros empezamos a coquetear con la electrónica ya en el segundo disco [Os amores libres, 1999]. El primero, es verdad, era 100% acústico –y grabado en analógico–, pero en este empezamos ya a trabajar con la gente de Afro Celt Sound System y con nuestro gran amigo Hector Zazou, también productor de música electrónica, pero más... ‘contemporáneo’, digamos. Así que prácticamente desde el principio fue una herramienta más. Eso sí, hay que tener en cuenta que las tendencias cambian y que el mundo de la música electrónica es gigantesco...

No es lo mismo, ni parecido, lo que hacen Afro Celt Sound System y lo que hace la generación del trap...

Obvio. Mucha gente se piensa que la electrónica es un beat, algo bailable, pero, de nuevo, el abanico es amplísimo. De todas formas, te voy a decir una cosa: a mí toda la ola esta del trap me parece interesantísima; sobre todo porque, a nivel musical, tiene unas ‘células rítmicas’ que coinciden con lo que en Atlántico llamamos ‘bagpipe rhythm’, el ‘ritmo de gaita’.

¿Cómo es eso?

Muy sencillo: cuando se lanzan a rapear –con esa cadencia más lenta que en otras músicas urbanas, como en el rap o el reguetón–, ese tipo de endecasílabos encajan a la perfección con ese ‘ritmo de gaita’ que te decía, lo que nos ha permitido fusionar ambos estilos de manera bastante natural. Es algo supernovedoso y estamos realmente contentos con el resultado.

Sé –porque así lo ha demostrado a lo largo de toda su carrera– que le gusta experimentar, así que quién sabe en cinco años por dónde puede salir. Pero, a corto plazo, ¿el futuro próximo de Carlos Núñez va a ir por ahí?

Tú lo has dicho: siempre estoy experimentando, buscando nuevas vías por las que discurrir con mi música. Pero, curiosamente, la próxima en la que estamos trabajando actualmente tiene poco que ver quizá con Danza de espadas; quizá haya algún detallito de electrónica, pero es más acústica. Estamos preparando música para la compañía Brittany Ferries, que es la que une Irlanda e Inglaterra con España y Francia; una banda sonora para estas travesías en barco y que está más relacionada con los sonidos intercélticos. Aunque..., bueno, ya te digo que para nosotros la electrónica es una herramienta más, y la usamos con naturalidad, así que... De hecho, hace poquito colaboramos con Baiuca en una pieza portuguesa que se llama Solstício y que definimos como ‘gaita & drums’ [Risas].

Insistes mucho en que para ti es «una herramienta más». ¿En qué manera te ayuda la electrónica? ¿Qué es lo que le ofrece en esa lucha suya por defender, difundir y revitalizar la tradición?

Pues... es curioso, pero me ayuda a recuperar cosas que se dejaron de utilizar en las músicas tradicionales. Te pongo un ejemplo: yo, con la gaita, puedo ofrecer cantidad de información melódica, miles de notas; o Paco de Lucía con la guitarra (no hay dos partes iguales en sus composiciones). Sin embargo, las piezas más antiguas de las que tenemos constancia, de hace siglos, eran en realidad pequeñas fórmulas (‘células melódicas’) que el músico iba repitiendo según lo iba sintiendo, creando verdaderos loops que buscaban llevarle a un estado de trance. ¿Y eso no es lo que buscan algunas músicas electrónicas?

Visto así...

No podemos saber cómo eran las músicas de nuestros chamanes hace dos mil o tres mil años, pero la música tradicional nos permite intuir por dónde iban y, de alguna manera, no están lejos de todo esto. Y Solstício es un buen ejemplo de esa cercanía: hicimos una cosa que llamamos –entre nosotros–‘música molecular’, porque, efectivamente, troceamos la melodía en pequeñas ‘moléculas’ y Baiuca las cambió de sitio, jugó con ellas a su antojo; y este es un modus operandi es bastante similar al de las músicas más ancestrales, que también trabajaban en base a la repetición.

Y lo más curioso de todo es que tanto Solstício como Danza de espadas siguen, pese a todo, sonando folk (a la par que modernas). Eso demuestra que las músicas tradicionales, que a veces las entendemos como algo del pasado, tienen mucho futuro.

¡Por supuesto! No podemos decir que sean eternas, pero tienen un recorrido... increíble. El historiador y arqueólogo Martín Almagro habla de una cosa muy bonita que él ha llamado longue durée: imagínate un cordón (el cordón de la historia) que está compuesto por todo tipo de fibras de colores que se van entrelazando y que van haciéndolo cada vez más y más grueso. Hay fibras celtas, tartésicas, romanas, visigodas..., y llegan hasta nuestros días; una herencia de hace miles de años pero que sigue viva, aunque no siempre nos demos cuenta. Hay gente que en su garaje tiene, por ejemplo, un coche alemán y aperos de labranza de la Edad del Hierro, ¿no? Pues eso es la longue durée. Y el propio Martín Almagro me dijo a mí una vez: «Tú puedes hacer música celta con una guitarra». O con un ordenador o con una inteligencia artificial. El útil no lo es todo; las nuevas tecnologías se pueden aplicar a la tradición.

Carlos, le pregunto a usted que es una voz autorizada: ¿Qué es la música folk o tradicional? Que muchas veces hay confusión...

Es una pregunta compleja. La música tradicional es la base, digamos. ¿Y qué es la música tradicional? Pues... la verdad. Es la que nos ha llegado de manera oral o por vía escrita (cancioneros y demás) y que se remonta muchos, muchísimos años en el tiempo. La cuestión es que muchas veces nos llega en un estado ‘anterior’; para que me entiendas: con un estilo... poco actual, con lo que en ocasiones puede ser demasiado dura para la oreja moderna. Lo que ocurre es que a veces puede llegar un artista contemporáneo y darle una vuelta de tuerca, un aire nuevo que conecte con la sociedad de su tiempo.

¿Y el folk?

Muchas veces llamamos folk a una revisión de la tradición con instrumentos bastante estandarizados (guitarras, violines...). Esto viene de los años setenta, de Joan Báez, de los ingleses... Y en este sentido, la música celta es la que bebe de los géneros tradicionales del Atlántico; una música que, como el flamenco, no es pura, sino que se inspira en esa tradición. Así que son conceptos como muy abiertos. Beethoven, como te decía, hizo música celta sin gaitas ni buzukis, sino con piano y cantos líricos. Y podemos intuir influencias en las Cantigas de Santa María de Alfonso X y en el trap, donde el 95% de las canciones están en modo dórico (por eso suena celta y por eso encaja con lo que nosotros hacemos); o en el heavy metal, donde hay mucho mixolidio. Ahí está la clave. Está todo bastante interconectado, y es maravilloso.

Seguramente todo esto ayude a explicar cómo el folclore tradicional español se ha colado en el mainstream de la mano de Tanxugueiras, Rodrigo Cuevas, Rozalén, La M.O.D.A... Pero, ¿por qué ahora? ¿A qué cree que se debe?

Mira, cuando yo empecé con todo esto, de niño, no te voy a decir que me hacían bullying..., pero casi. Tocar la gaita en los años ochenta no era lo que molaba; de hecho, te convertía automáticamente en ‘el rarito’. En aquellos tiempos –tras la dictadura–, lo que marcaba tendencia era el pop y el rock, que se convirtieron en símbolos de la modernidad. Así que a mí no me quedó otra que prepararme en el conservatorio y con mis maestros hasta que saliera el sol; algo que para mí ocurrió en los noventa, cuando la música celta se puso de moda. Se acercaba el año 2000 y la gente empezó a conectar con la new age y la conciencia medioambiental, y Enya lo reventó, Mike Oldfield hizo el Voyager (1996)... y yo vendí un millón de discos, algo inimaginable poco tiempo antes. El momento lo hizo posible. Pero lo que está ocurriendo ahora es que el sueño que yo tenía entonces se está cumpliendo. Cuando estuve con The Chieftains aprendí que había que abrir los géneros, y si ellos tocaban con Bob Dylan y Sting, yo invité ya en mi primer disco a Luz Casal, a diferentes flamencos...

Una filosofía que sigue manteniendo casi treinta años después.

Sí. Durante toda mi carrera e intentado invitar a artistas diferentes –a mí y entre ellos– para cada uno de mis proyectos. Me interesa aprender sus modos, sus formas, y también hacer más y más grande la ‘familia’, como hacían The Chieftains. La cuestión es que ellos –te hablo de los años ochenta–, cuando salían de trabajar, coincidían en los pubs con U2, por ejemplo, y tocaban música juntos. Eso aquí no pasaba; en España siempre se han diferenciado mucho las ‘tribus’... Pero yo soñaba con que algún día las nuevas generaciones se acercaran a este tipo de músicas sin complejos, y parece que es lo que finalmente ha ocurrido. Ahí está el disco de Rozalén, Amaia grabando una jota navarra [Yamaguchi] o Rosalía y C. Tangana bebiendo del flamenco. Solo espero que esto no se quede en una moda pasajera; que esto ayude a construir unos cimientos sólidos y que por fin, en España, nos sumerjamos en la tradición con el cariño y respeto que merece.