El crítico de jazz Walter Kolosky dijo que Friday Night in San Francisco puede ser el más influyente de todos los álbumes de guitarra acústica, y probablemente pesa mucho en la devoción por Al Di Meola el recuerdo de aquella noche mágica, de Paco de Lucía, a la que volvió al final como si fuera su talismán. Al Di Meola ya conoció la fama tocando la guitarra eléctrica junto a Chick Corea en Return to Forever, aunque gran parte de su carrera se ha centrado en la guitarra acústica, entre otras cosas por el tinnitus que padece. No tocó la eléctrica; le bastó una acústica con cuerdas de nylon. Aunque a veces ha renegado de sus primeros álbumes en solitario tocando a toda velocidad (ha llegado a decir que le encanta escuchar aquello, pero que si intenta hacerlo le daría un ataque al corazón), vuelve a las andadas de vez en cuando, sin dejar de explorar la world music, la new age, el flamenco o el tango de Astor Piazzolla, que le obsesiona. No hubo ataque al corazón, pero tampoco demasiado corazón.

Sentado en el centro del escenario con el percusionista español Sergio Martínez a su derecha, el segundo guitarrista (Paolo ‘Peo’ Alfonsi) a su izquierda, y un poco más allá el pianista argentino Mario Parmisano, anunció que iban a tocar material reciente y antiguo, incluidas algunas piezas de Lennon y McCartney, y echaron mano de ritmos exóticos y musicalidad intuitiva. Estrenó nuevo material (Tears of hope, la primera pieza de entre 15 nuevas composiciones para un disco que saldrá el año que viene), y tocó versiones de algunas de sus mayores influencias (Beatles, Astor Piazzolla). Las notas sonaban claras mientras recorría el mástil con agilidad y fluidez inigualables, punteando con ganas. En un diálogo musical fascinante, el percusionista proporcionaba ritmos circulares cuando era menester, y a un gesto de Di Meola, la percusión aumentaba en presencia y volumen, o bien le chistaba para bajar la intensidad y que no le desconcentrase.

Se anunció este recital como la presentación de su último disco, Across The Universe, el segundo que dedica a los Fab Four. No obstante, de los Beatles hubo poquito: Norwegian Wood (la tocó solo con el percusionista, trayéndola más al sur, mientras el cajón inyectaba flamenco sumándose al lado rítmico del tema) y Strawberry Fields Forever, que redimensionó haciéndola más aflamencada con atractivos arpegios, incisos y cambios melódicos. Deconstrucción, adaptación y modificación. Las llevó a su terreno y les aportó su esencia, aunque anulando casi por completo la original.

Comenzó implacable y veloz con Turquoise, de su disco Consequence of Chaos, donde dejó caer alguna falseta. Siguió Milonga Noctiva, con sabor a tango, de su disco Opus, y Fandango la hizo a ritmo de locomotora desbocada. Di Meola es sorprendente, pero no por sus espeluznantes carreras a altas velocidades sobre el mástil, ni por la complejidad pseudo progresiva de sus piezas. El sonido en la mayoría de versiones es muy aflamencado, algo que no debería sorprender conociendo aquellas espectaculares colaboraciones con Paco de Lucía y John McLaughlin, pero en esta ocasión se acentuó. Lo bueno es que sus solos combinan un notable control con un nuevo sentido del swing, y lo malo es que parece haber perdido parte de su identidad.

El apoyo de sus acompañantes -músicos distinguidos y con buen gusto- mejora enormemente la música, en la que también hubo espacio para que ellos mostraran sus dotes de intérpretes. En su amalgama de jazz rock y tango, Di Meola y el trío alcanzaron un grado de interacción, virtuosismo y versatilidad fabuloso, sin que faltaran las inevitables exhibiciones acrobáticas que algunos fans admiran hasta el fanatismo. Muchas veces, Al le sonreía al percusionista mostrando su aprobación por las figuras inesperadas y complejas que desarrollaba. Ambos parecían tener una sincronización casi telepática.

Alternando sus solos entre partes melódicas e improvisaciones por acordes, lo cierto es que Di Meola toca de miedo, con una precisión y una polifonía inexplicable para ser ejecutada con púa, como el guitarrista de flamenco o clásica más virtuoso, pero también es cierto que solo calentó un poco al personal cuando recordó los tiempos del Trio. Toca de maravilla, pero la cosa no da para más.

Di Meola y los músicos, que entraban y salían, se pulieron 16 temas con un descanso de 15 minutos que llegó tras Milonga del Ángel y Café 1930 de Piazzola. Tampoco faltó For Only You (la gente aplaudió hasta la afinación, como le pasaba a Ravi Shankar).

El guitarrista también es un gran contador de historias, y algunas cayeron, como cuando al principio no se creía que era Chick Corea quien lo llamaba por teléfono para que se uniera al supergrupo de fusión Return to Forever; su padre tampoco se creía que fuera a tocar en el Carnegie Hall, y le preguntó: «¿Quién es Chuck?». Uno de los álbumes más celebrados de Di Meola es Friday Night in San Francisco, la grabación en directo de 1981 con John McLaughlin y Paco de Lucía. Contó que recientemente encontró la cinta de la noche siguiente, con canciones distintas, y ha publicado un nuevo álbum en directo: Saturday night. Remató la historia (y el concierto) con una versión de Mediterranean Sundance, que llegó al final para poner un poco de corazón en un escenario que amenazaba con caerse de pura monotonía. Ahí es donde este concierto pareció fallido. Casi nada que conmoviera o emocionara, poca pasión y poco fuego.