8M

Tres mujeres de la misma familia, tres feminismos

La conciencia feminista a la largo del tiempo plasmada en una misma conversación, en una misma familia. Cada una, producto de su época. Todas, hijas de la rica historia feminista. Abuela, madre e hija se reúnen en el CEIP La Flota para intercambiar sus diferentes perspectivas y sensibilidades femeninas

Abuela, madre e hija, reunidas para charlar sobre feminismo.

Abuela, madre e hija, reunidas para charlar sobre feminismo. / Juan Carlos Caval

Antonio Susarte

Pocas ideologías han cambiado tanto en el tiempo como el feminismo. Menos aún en periodos temporales tan cortos. La historia nos tiene acostumbrados a que las nuevas corrientes ideológicas permeen en la sociedad en ciclos de larga duración. Sin embargo, tanto por su acelerado crecimiento como por la incesante variación de sus proclamas, el caso del feminismo es especial. 

Desde finales del siglo XIX, bajo un mismo símbolo han encontrado cobijo gran diversidad de reivindicaciones. Desde la lucha por la igualdad política hasta la lucha por la igualdad social de un tiempo a esta parte, pasando por el «no se nace mujer, se llega a serlo» de Simone de Beauvoir. Como resultado de una ideología que ha sido históricamente objeto de constante innovación, actualmente, en el seno del movimiento feminista existen no pocas discrepancias. 

Algunas de ellas son sustanciales, y explican el hecho de que en Madrid, por segundo año consecutivo, el día del 8M se hayan convocado dos manifestaciones diferentes. Un modo ideal de plasmar con precisión esta efervescente transformación del feminismo a lo largo del tiempo, es reunir en una conversación a tres generaciones de mujeres de una misma familia. Cada una, producto de su época. Todas, hijas de la rica historia feminista. 

 Llega el día del encuentro. Mientras Vanessa García, la madre, me mostraba el CEIP La Flota que desde julio dirige, me enteraba de que María Martínez Alonso, la abuela, a sus 81 años de edad, venía conduciendo en su coche. Sin duda, esta primera noticia preludiaba la aparición de una mujer especial. Por último, estaba Emma Rosa Riquelme Garcia, la hija, que tímida y pacientemente nos esperaba en el aula donde iba a tener lugar la charla que les había propuesto. Tras el tortuoso procedimiento de las fotos, la tertulia daba comienzo. 

¿Por dónde empezar? , me preguntaba a mi mismo. Al final lo ví claro. Había que empezar por el principio: por la historia de la piedra angular de esta familia. Al parecer, María, desde bien joven, fue una mujer con arrojo y consciente de que las cosas no vienen solas, sino que requieren trabajo y esfuerzo. Quizás, por esta mentalidad traducida en excelencia académica, aquellas monjas del colegio instaban a María a que siguiera estudiando. Sobra decir que no se lo pensó dos veces. 

Despegando desde Montealegre del Castillo, su pueblo natal, obtiene el título de Magisterio en Albacete. Ya en ejercicio, no saciada de aprendizaje, asiste en Valencia a clases de la Escuela de Bellas Artes, se matricula en la Facultad de Filosofía y Letras y emprende el estudio de la especialidad de Pedagogía. Es durante esta época cuando conoce a su compañero de vida, al catedrático Antonio, junto con el que se licenciará y formará una familia en Murcia. Con todo, y pese a la nueva carga de trabajo en casa, su ambición laboral seguía su curso: directora del colegio de Lorquí, comisión de servicios y finalmente Inspectora de Educación. Sencillamente admirable. El coloquio no podía haber empezado de mejor manera.

¿Por qué ir al 8M? Tras una vida de constancia, trabajo y «responsabilidad», María rechaza la mentalidad victimista y el «enfrentamiento entre sexos». Ella misma ha demostrado a base de mérito, que las mujeres tienen la misma capacidad que los hombres y que las miradas o los comentarios no son ningún «impedimento» efectivo para ser feliz y realizarse laboralmente. «Yo no soy una feminista. yo soy una mujer» , sentencia María. «Tu abuelo no dejó estudiar a tu madre y eso ahora no se concibe» , responde su hija. El ambiente social para que una mujer escribiera su propia historia era menos favorable y, en ese sentido, Vanessa observa que «hemos avanzado mucho». Al sano debate formado, también se incorpora Emma que igualmente plasma su perspectiva. Como mujer nacida en un época de mayor igualdad, no le parece una «tontería» que exista un día para «conmemorar a todas aquellas mujeres que lucharon» para que ella, ahora goce de total libertad de decisión. 

Avanzaba con fluidez el intercambio de opiniones. Entre las tres, ahora intentaban buscar razones que explicaran el hecho de que en determinados trabajos la presencia de la mujer es menor. «Hay una realidad, ser mujer condiciona», asevera María. Unas aspiraciones maternas pueden ser «complicadas» de compatibilizar con unas aspiraciones a un cargo de alta responsabilidad. Y más aún con las «condiciones económicas» de su época. Por su parte, Emma recuerda que la responsabilidad de cuidar a los hijos no solo debe recaer en la mujer. Entiende que debe ser igualmente legítima la opción de que el que condicione su carrera laboral sea el marido. «También son sus hijos», afirma Emma. 

En este punto, para María fue inevitable no pensar en Antonio, el abuelo, el padre, el marido: una «persona muy buena» que de forma natural colaboró en el hogar y favoreció la felicidad de María apoyándola en todas sus decisiones. Así es como concluían en la importancia del referente, del ejemplo. Familias como la de María y Antonio son la razón del gran avance en la libertad de la mujer. «Si el ejemplo es al contrario, es más difícil romper esas barreras mentales», comenta Vanessa. En la mentalidad de Emma se ve claro ese traspaso generacional. En ningún caso, concibe la opción de no estudiar una carrera como Arquitectura que históricamente ha sido reservada a los hombres.

Todo parecía indicar que estábamos llegando a la cuestión de la educación. Obvio, como conocedoras del papel que juega en la sociedad, tenían mucho que decir al respecto. Junto con la familia, entienden que la educación es otra importante institución social que moldea la mente de las mujeres. Desde su dilatada experiencia, María hace especial hincapié en «la formación de la responsabilidad y la ética profesional» a la hora de labrarse un futuro. A lo que se une Emma, añadiendo que ahora, al haber más «opciones», es más fácil divagarse y no encontrar el sendero adecuado. 

«Como educadores debemos abrir mentes y romper límites», piensa Vanessa. La frontera no solo la fijan los hombres, también atraviesa a algunas mujeres, que por miedo, según María, «se limitan a ellas mismas». Resaltan en ese sentido, la importancia de «tomar tus propias decisiones» y el «empoderamiento personal» que ese acto conlleva. Por supuesto que la alumna debe conocer sus propias herramientas y el potencial que atesora, pero para María, también la suerte es un factor diferencial. Inmediatamente despés, Vanessa lo tenía claro: «Sin trabajo, ni esfuerzo, no hay suerte que valga».

La educación no solo consiste en enseñar determinadas habilidades. Igual o más importante, es enseñar que nuestra mente trabaje en nuestro beneficio. «Perder el tiempo es perder vida, perder persona», apunta María. Emma, no se imagina ir a un examen sin ir a por la nota máxima. «No me lo están exigiendo, es algo que ya tengo interiorizado», según la joven.

 No obstante, si en los medios  o en el ámbito familiar se manda otro mensaje, los educadores tienen la sensación de que navegan a «contracorriente». Si en lugar de una sólida cultura del esfuerzo, en la socieda impera el «yo tengo mis derechos» es muy complicado reconducir al alumno. 

«A los alumnos tenemos que hacerles ver que no nos están engañando a nosotros, sino que se están engañando a ellos mismos», sugiere María. Las tres captan con lucidez que la libertad y la igualdad se manifiestan a través de responsabilizarse de la vida de uno mismo. «Es asunto mío, yo seré la que sufrirá las consecuencias», afirma Emma.

Un buen profesor es el que contagia al alumno de su pasión por el conocimiento y se adapta a su idiosincrasia. Sin embargo, para María eso no significa que el docente tenga que ser el único responsable de la motivación del estudiante. «Es que mi niña no está motivada», ironiza Vanessa. A menudo, esta cuestión de la motivación se convierte en una excusa para eludir responsabilidades; en el acomodo del alumno que bloquea su progreso: «en lo que menos te gusta es en lo que más tienes que estudiar» manifiesta María con la mirada puesta en su nieta, a la que decidió seguir de cerca en su crecimiento tras, a sus 61 años, pedir la jubilación. «Los niños son verdaderas esponjas», se ríe María.

Al margen de dogmatismos, que es evidente han quedado a un lado en esta enriquecedora tertulia, parece que feminismo no solo hay uno. Hay quienes van encasillando qué mujer es una auténtica feminista y qué mujer no lo es. Sin embargo, la heterogeneidad actual en el feminismo es un hecho irrefutable, producto de su abigarrada y apasionante historia y ha quedado perfectamente plasmada en este encuentro. Quizás, sean aquellos que se oponen a esta realidad y andan diciendo cómo debe vivir este colectivo, quienes verdaderamente no están beneficiando el ansiado derecho a la libertad y a la igualdad de la mujer.