Opinión | Noticias del Antropoceno

De la veracidad a la viralidad

Se podría decir que las dos principales empresas disruptivas de la revolución de internet parten de una misma premisa: organizar los contenidos producidos por terceros para mostrarlos a una audiencia de otros terceros interrumpiendo ese proceso con cuñas publicitarias en distintos formatos que pagan los anunciantes, que son otro tipo de terceros. Alphabet, Meta o Bydance (TikTok) son los propietarios de una especie de salón de baile. Ellos se limitan a organizar y cobrar, mientras otros pagan por bailar.

Este concepto es completamente inaudito. Hasta la aparición de las plataformas, los contenidos que atraían a una audiencia en número significativo eran producidos por la propia empresa difusora, fuera un periódico, una radio o una televisión. Como mucho, los medios de comunicación admitían contenidos ajenos como las cartas al director o colaboraciones esporádicas. Como productores responsables de contenidos los media se encargaban de mantener la credibilidad entre sus audiencias controlando la calidad y veracidad de la información que difundían. La aparición de internet debería haber servido solo para que estos medios llegaran a mucha más gente con menores costes, que acabarían finalmente repercutiendo en un abaratamiento de los precios por el consumo de sus contenidos. En consecuencia, estos contenidos serían cada vez mejores y se verían enriquecidos por las oportunidades que proporcionaran las mejoras en la capacidad de transmisión, como ha sucedido con las series, películas y videojuegos. 

En vez de eso, la información en internet cayó en manos de la ideología de la gratuidad, por la que cualquier intento de cobrar por acceder a contenidos se tachaba de sacrilegio y acto de capitalismo salvaje. La difusión de dicha mentalidad anticapitalista tuvo la consecuencia que habría de esperarse. Si la gente no estaba dispuesta a pagar por contenidos, que ella misma aportara los contenidos. Las redes sociales, nacidas supuestamente para organizar la conversación entre particulares, finalmente se han convertido en una herramienta de captación de audiencias por parte de los creadores de contenidos. A éstos, la veracidad les importa una mierda, solo quieren generar la audiencia que les proporcione ingresos, con la complicidad de las plataformas. La verdad tiene las patas cortas, mientras que la mentira sin restricciones corre que se las pela. La consecuencia es el salvaje Oeste de las redes sociales dominado por mentirosos, falsos gurús, estafadores y malandrines. La verdad ha muerto. ¡Viva la viralidad!.

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