Ha muerto un pintor que firmaba Lolo; un amigo y colega de artistas de su generación; los de la movida de los 80. Quiero omitir deliberadamente sus apellidos por despojarle de toda condición que no fuese la de plástico, aunque hay que destacarle una ocupación laboral ajena al arte que le dio seguridad y equilibrio, que le permitió ayudar a otros más aventurados en el camino sin fin de la conciencia y entrega a la siempre difícil vocación pantanosa de vivir del producto de los pinceles.

Con él, y con la muerte también de otros, empieza a desaparecer -y lo digo con enorme tristeza- una generación única; la que viene de atrás y llega vigorosa a los años ochenta y tantos; con José María Párraga a la cabeza y esa indolencia y a la vez provocadora bohemia de La Viña Bar; de Paco sirviendo vermú y los inicios de una nueva andadura social.

Lolo ha sido protagonista callado, ha sido de esos artistas que no han faltado a la condición necesaria de la humildad para que sean otros los que hablen de sus méritos. Yo no tengo ningún empacho en decir que fue un buen creador, con más posibilidades de las que él mismo se concedió. Yo siento mucho, mucho, su inesperada, para mí, desaparición; por lo que significó su persona y por lo que de tragedia empieza a vislumbrarse para toda una etapa artística de Murcia. Si los 80 empiezan a ser nostalgia, recuerdo, será urgente recuperarlos de alguna manera para hacer comprender a los que no los vivieron y sintieron su importancia e interés. He aquí una llamada cultural de urgencia.

Los felices 80, que empiezan a ser pasado digno de estudio, han perdido un protagonista importante; amigo de sus amigos; colega mismo de los idénticos colores. De Garza, de Cacho, de Perico Pardo, de Belzunce, de Vicente Ruiz, de José María Vicente, de Ángel Haro y de tantos otros... a algunos de ellos les conservo en imágenes, pintando aquellos murales por la paz, en contra de la OTAN y de todo lo que oliera a pólvora y a misil... con cabeza o sin ella.

Lolo también fue sinónimo de progresía, de libertad individual y colectiva; de la alegría de vivir... quiero, ahora mismo, recordar la última vez que le vi... y me resulta difícil el ejercicio de memoria; quizá porque me asiste el respeto -que no miedo- de ser yo mismo de esa generación ahora dolorida sin remedio.

Escribo con la prisa y el corazón acelerado por los acontecimientos; tiempo ha de haber para que su figura artística, junto a otras, se extienda sobre la conciencia cultural de los murcianos; es un trabajo que hay que hacer y urge hacerlo ya; ahora que ya han transcurrido más de 25 años de aquel tiempo y lloramos, hoy, la pérdida de un amigo y un pintor notable. Con dolor por lo que todo ello significa.