Los adquieren en tiendas y adoptan en albergues, refugios o, cada vez más, por internet. De hecho, este último canal es, hoy en día, el principal. Una vez me preguntaron al respecto y dije que no me gustaban ese tipo de adopciones. Argumenté que es tan importante el momento de la adopción, tan trascendental pasar a compartir tu vida con un animal, que me parece frío hacerlo desde las redes sociales o la rigidez de una web.

El ser humano es el único animal capaz de adoptar animales de otras especies. Esa facultad le nace del corazón, no de la mente ni del dedo que pulsa un teclado.

Por eso, no hacerlo presencialmente, no verlo, acariciarlo, sentirlo o escucharlo, es saltarse todo el proceso. No digo que no pueda llamarte la atención una imagen colgada en internet, pero eso debe ser el principio de una historia responsable de adopción, no el final. La amistad, como el amor, necesita de química, de poquitos a poquitos, de miradas, caricias y roces.

Sin embargo, la inercia de la sociedad lleva a esa adopción rápida. Las estadísticas no mienten. La mayoría de personas, a la hora de decidirse por un perro o un gato, se fijan sólo en su cuerpo, en si son bonitos o feos, si tienen el pelo largo o corto, o si sus orejas apuntan al cielo o caen hacía abajo. No quieren saber más. Eso es todo.

Para mí, es una equivocación. Resulta fundamental coger en brazos a ese cachorro y dejar que tus manos se pierdan en su piel. Sentir el latido de su corazón y que, el aire entrecortado de su respiración, se escape entre tus dedos. Son sensaciones súper especiales que sólo se viven en ese momento. De verdad, es tan mágico, que es una pena perdérselo.

Adoptar o comprar un animal es una decisión muy importante que no tiene marcha atrás, abandonarlo o dejarlo en un albergue mañana no es una opción. Sólo viviendo la adopción con calma, concienciación y responsabilidad, podremos evitar lo que es, sin duda, una tragedia.