En muchas ocasiones me he preguntado cómo sería mi vida sin animales, ya que actualmente conforman más del 60% de la misma. Y cuando me lo imagino, visualizo una forma de vivir muy cómoda, centrada en mí misma, sin salir de mi zona de confort, con muchas menos preocupaciones y responsabilidades. Podría viajar sin preocuparme, no viviría condicionada por ellos dando prioridad siempre a su bienestar. No sufriría ni la mitad de lo que sufro ahora mismo. No pensaría en ellos y en sus duras circunstancias al carecer de derechos, no tendría siempre en cuenta en cada cosa que hago qué supone mi acción para algún animal. En definitiva, tendría una vida mucho más tranquila y despreocupada.

Sin embargo, cuando me pongo en esa situación siento un gran vacío interior. De hecho, a todos los que tenemos animales nos pasa que cuando llegamos a casa y no están por el motivo que sea, la sensación es indescriptible, es como si nuestro hogar se convirtiese en un espacio solitario en su ausencia y el hueco que dejan es indescriptible. Sin duda, me faltaría lo más importante, el principal alimento que nutre mi vida, que es su amor. No tendría a alguien que sé que va a estar absolutamente siempre, leal, agradecido, alegre, puro y limpio. No tendría esa luz que ilumina mi oscuridad cuando me siento perdida. Me faltaría esa mirada que solo ellos tienen y que expresa tanto, ya que por eso no necesitan hablar. Sentiría que a mi vida le falta la pieza más importante que solo ellos saben colocar. No habría aprendido las mayores y mejores lecciones que gracias a ellos he podido entender. No sería la persona que soy ahora mismo, porque ellos me han convertido en alguien distinto a quien era antes de conocer a cada animal que ha formado parte de mi vida. Pero, sobre todo, gracias a ellos he aprendido a amar.

Y por este motivo elijo que los animales formen parte de mi vida, porque todo lo que ellos me dan, jamás será comparable a lo que me puedan restar.