Koko nació en el zoológico de San Francisco en 1971. Ella no lo sabía, pero su vida iba a estar marcada por la ciencia. Una reconocida doctora en psicología, Penny Patterson, la había elegido para desarrollar una importante investigación. La idea era enseñarle el lenguaje de los signos, usado hasta ese momento sólo por personas sordas, e intentar, así, buscar vías de comunicación directa con los gorilas. Se trataba, en definitiva, de cumplir el viejo sueño de los humanos de poder hablar con los animales. Sin embargo, como siempre, en vez de intentar nosotros aprender su lenguaje observándoles y estudiándoles, le obligamos a ella que aprendiera el nuestro. Otra fiel estampa de nuestra actitud hacia los animales.

La cuestión es que, en el caso de Koko, los resultados no se hicieron esperar y la doctora se trasladó con ella a la Universidad de Stanford. Allí Koko aprendió a un ritmo vertiginoso y pronto comenzó a hablar y a manejar miles de signos y palabras. Era increíble, por primera vez podíamos saber qué pensaba un gorila. Gracias a eso, comprendimos muchas cosas. Por ejemplo, que sienten alegría, miedo, tristeza o, incluso que, con frecuencia, ríen y lloran. Nos enseñó que, tras sus más de cien kilos de peso, su metro setenta de altura y sus duras facciones, se escondía una sensibilidad extrema.

El resto en la vida de Koko es fácil de imaginar: sus apariciones con actores famosos y los continuos reportajes en revistas científicas le auparon, rápidamente, a la fama mundial. Las redes, de hecho, están repletas de vídeos suyos jugando, acunando o, incluso, acariciando a una pequeña camada de gatos abandonada a los que adoptó. También es fácil encontrar mensajes cortos y directos de ella como: «Koko triste. Mueren mis hermanos», en los que, usando el lenguaje de signos, nos pedía a todos protección para su especie.

Por eso, no es extraño que, estos días, los medios se hayan vestido de luto por su muerte. Son miles los mensajes de celebrities y ciudadanos de a pie que lloran su marcha. Al fin y al cabo, con Koko se cometió una aberración, se intentó humanizar a quien ya poseía más humanidad que muchos de nosotros. Sólo espero que su caso sirva para derretir el frío corazón de nuestros gobiernos y que, por fin, se proteja a los gorilas que quedan vivos en el mundo. Será, sin duda, una de las últimas oportunidades para hacerlo.