Un hombre muerto en un garaje con un tiro en la cabeza y una pistola a su lado. Con esta escena comenzaba el crimen de El Palmar, que entonces fue calificado como un intento de suicidio por los primeros servicios de Emergencias que se movilizaron a la calle Fernando Sánchez Agüera de la pedanía murciana. Intento, porque el hombre, Francisco Javier R. M., estaba vivo cuando fue encontrado. Y con un aliento de vida llegó al Virgen de la Arrixaca, donde al poco falleció. Para entonces, la sagacidad de los investigadores de la Policía Nacional ya había determinado que aquello no era un suicidio: el casquillo que había en el garaje no casaba con el arma de fuego hallada junto al vecino agonizante. Comenzaba entonces la investigación.

Las pesquisas del Grupo de Homicidios del Cuerpo se centraron en localizar un vehículo sospechoso que la noche de los hechos habría salido huyendo disparado del lugar. Un automóvil cuya matrícula y descripción se pasó a todas las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, y que oficialmente, indican fuentes cercanas al caso, resultó estar a nombre de un vecino de Gerona que nada tenía que ver con los hechos. Pero el conductor y único ocupante era otro, al que la Policía tenía identificado: José Antonio G. V., antaño socio del difunto y con el que había tenido rencillas, tal y como detalló su entorno. 

Unidos y separados en Orihuela

El escenario de la enemistad, una empresa establecida en Orihuela acechada por los impagos a los trabajadores, que, con la DANA, recibió la puntilla. La sociedad en cuestión se dedicaba a la recreación de escenarios fantásticos para parques temáticos y trabajó, en tiempos, en Marina D’Or. El cese de José Antonio G. V. como administrador único de la compañía de Francisco Javier R. M. se produjo en agosto de 2020: la persona que lo relevó en el puesto fue su propio hijo. Fuentes cercanas a la investigación apuntaron entonces que el presunto homicida había manifestado en reiteradas ocasiones su convicción de que lo había «perdido todo», lo que le habría llevado a considerar al que fuera su socio como responsable de sus problemas.

El coche donde se sospechaba huía José Antonio fue encontrado a las pocas horas aparcado en La Manga, y hasta ahí se movilizó un amplio despliegue policial, ya con la orden judicial en mano, para entrar a la vivienda donde se sabía con certeza que estaba el presunto autor del disparo mortal. Y estaba, pero también muerto: con otro tiro en la cabeza, igual que su víctima. Las dos pistolas, la que acabó con la vida de Francisco Javier y la que mató a José Antonio G. V., fueron adquiridas en el mercado ilícito de armas, descubrió la Policía Nacional.

Tras considerar los investigadores que se trataba de un asesinato-suicidio, carpetazo al caso. Al morir la persona sospechosa se extingue su responsabilidad penal y el procedimiento se archiva, apuntan fuentes judiciales.

Fue un crimen como de película: dos pistolas adquiridas en el mercado negro, una sociedad que hacía aguas y un modus operandi que, tuvieron claro los investigadores desde el principio, «es personal, no parece solo económico». José Antonio G. V. se lleva sus motivaciones a la tumba