«Un preso sumiso que no daba problemas», así describen a Miguel Ricart algunos de los funcionarios que coincidieron con él en las distintas prisiones en las que ha pasado los últimos 20 años, diez meses y dos días, el triple asesino de las niñas de Alcásser. El único condenado por la muerte de Miriam, Toñi y Desireé no ha protagonizado ni un sólo incidente grave en todos estos años que ha estado entre rejas en los centros penitenciarios de Picassent, Castelló, Zuera (Zaragoza), A Lama (Pontevedra) y Herrera de la Mancha (Ciudad Real), dando muestras de un carácter tranquilo y amoldable a las circunstancias para intentar pasar desapercibido tras la tormenta mediática en la que se convirtió el triple crimen y el posterior juicio.

Las fuentes consultadas desconocen los motivos reales de esta aparente sumisión, aunque apuntan a la posibilidad de que únicamente estuviera haciendo méritos para poder conseguir más pronto que tarde su anhelada libertad. Otros por contra sostienen que es más una cuestión de supervivencia. «Sabía que si se metía en problemas con otros presos tenía las de perder, es muy poquita cosa», apuntaba esta fuente penitenciaria haciendo referencia a la estatura y delgadez del «Rubio», apodo por el que era conocido.

No obstante, para ganar algo de corpulencia y fortalecer los brazos Ricart aprovechaba las horas de cautiverio para hacer pesas en el gimnasio, sin dejar de lado su insana costumbre de «fumar como un carretero». Otras de sus aficiones con las que matar el tiempo eran las de jugar a las cartas y al dominó con otros reos.

Sus últimas horas en la cárcel

Desde que conoció la noticia de la derogación de la 'doctrina Parot por parte del Tribunal de Estrasburgo, la rutina de Ricart en la cárcel de Herrera de la Mancha, en Manzanares, donde ha pasado la mayor parte de la condena, se ha vuelto todavía más discreta. «Apenas habla con los otros presos y se le ve medio temeroso, como cohibido», apuntaron fuentes próximas al centro penitenciario. Estas mismas fuentes aseguran que este carácter retraído de los últimos días responde a que «teme verse abordado por la prensa cuando salga e intenta pasar página».

Periplo penitenciario

Desde que fuera detenido el 27 de enero de 1993, horas después de que encontraran los cadáveres de las tres niñas en la partida la Romana, Miguel Ricart ha pasado por hasta cinco cárceles distintas. La primera de ellas fue el centro penitenciario de Picassent, aunque tras una breve estancia fue trasladado a la de Castellón. En ambos centros estuvo en aislamiento, como es habitual en casos de violadores o asesinos de niños y mujeres que hayan aparecido en los medios de comunicación. Esta medida se toma para protegerle del resto de los presos, aunque la realidad es que en sus años entre rejas sus enfrentamientos con otros reclusos se han limitado a insultos y amenazas contra él, que lo único que conllevaban es que le restringieran sus movimientos para de esta forma no coincidir con el resto de reos.

A principios de 1994 Ricart fue trasladado a la prisión de Herrera de La Mancha, donde también ingresó en el módulo de aislamiento para su mayor seguridad. Durante sus primeros años en la prisión manchega el 'Rubio' compartía horas de patio con otros célebres violadores como Juan Manuel Valentín Tejero, el asesino de la pequeña Olga de nueve años, y Pedro Luis Gallego Fernández, más conocido como el 'violador del ascensor' de Valladolid. Ambos corrieron la misma suerte que Ricart y obtuvieron la libertad tras la derogación de la «doctrina Parot».

Tras un par de años en la prisión zaragozana de Zuera, en 1999 Ricart regresó a Herrera de la Mancha debido a las continuas amenazas de otros reos en el penal aragonés. Asimismo, estuvo durante casi un año ingresado en la prisión pontevedresa de A Lama, hasta que en abril de 2001, Instituciones Penitenciarias decidió trasladarlo nuevamente a Ciudad Real. Allí vio cómo la Sección Segunda de la Audiencia de Valencia decidió aplicarle la «doctrina Parot», evitando así su excarcelación el 22 de mayo de 2011. «Se enfadó muchísimo al enterarse y estuvo unos días intratable», apuntan fuentes del centro. No obstante, en 2000 y 2003, cuando tuvo en su mano solicitar un permiso penitenciario, no lo hizo. «Quizás tuviera miedo a salir a la calle, pero no lo creo», apuntaron estas mismas fuentes.

Los últimos tres años y medio los ha pasado en el módulo dos del citado centro manchego, uno de los lugares menos conflictivos de la prisión y donde únicamente se encuentran los reos que han demostrado durante un largo periodo de tiempo una conducta responsable. «Es un módulo de respeto, muy poco conflictivo, y que funciona prácticamente por la autogestión de los propios presos», explican fuentes penitenciarias. De hecho, a la mínima infracción, como fumar en un lugar no habilitado para ello, el interno debe abandonar dicho módulo. «El sitio idóneo para alguien que no quiere follones y espera salir pronto a la calle por buen comportamiento», añadieron estas mismas fuentes.

Además Ricart, en esta última etapa ha realizado trabajos remunerados como pintor y repartiendo la comida, con lo que no saldrá con las manos vacias y con derecho a dos años de paro.