El pintor y genio José María Párraga tenía una sonrisa y risa contagiosas; le adornaban voluntades y valores que le hacían ameno conversador, sociable en tertulias y reuniones de artistas o de ciudadanos de cualquier índole.

En los eventos culturales, en las conferencias, en los acontecimientos en los que la gente de la cultura se ensamblaba como se podía, el artista dibujaba, se ofrecía tal cual era; libre y seductor se sentaba en primera fila siempre. Así le recuerdo en Zero, en el coloquio con Andrés Conejo, el primero junto a Elisa Séiquer. Así le hemos visto centenares de veces; detrás de las charangas callejeras de la fiesta, tomando parte en la alegría de las criaturas. No se guardaba con pudor en manifestarse; era mente abierta, soluble en todos los elementos. Donde Párraga estaba atraía hacia sí la atención de quién esperaba una genialidad en él habitual.

Encontrará el lector en la hemeroteca de los Sinfín de Verano de este periódico, en la primera parte de Olvido y memoria la narración sobre aquel acontecimiento que llamamos «Embajada artística Zero» a Puerto Lumbreras. Cuando se invadió aquel pueblo fronterizo, umbral generoso de la región, en febrero de 1971 con los artistas plásticos murcianos, los cineastas amateurs de aquel tiempo e incluso algunos amigos de las tertulias del Santos, de los periódicos o de la radio.

No he de contar de nuevo aquella experiencia aunque la foto que rescato nos da pie a desmenuzar la feliz jornada en plena naturaleza de almendros en flor. Se hizo mal la discriminación de la mujer en aquella invitación, más que nada por la falta de acondicionamiento de la casa de campo donde se comió y bebió. Algunas novias, como la de Severo Almansa, y familia, se saltaron la advertencia y estuvieron en el evento fundamentalmente masculino; visto con ojos de hoy, sentimos un poco de aflicción por el detalle inadecuado.

Migas y arroz con conejo, varias sartenes de las primeras y otras tantas del segundo plato. ¡Para morir en el intento! Vino generoso, habas, a pesar de ser invierno, y embutido de mis primos, los Segovia, institución en el pueblo. Los cronistas del pueblo todavía recuerdan el acontecimiento, como algunos vecinos curiosos que nos acompañaron a pintar o filmar. Hay documentos gráficos, documentales de aquel especial día de mercado con gentes del artisteo, ajenos a la venta ambulante.

La comida se preparó en Puerto Adentro, una de las pedanías lumbrerenses, y a los postres José María Párraga ofreció su verbo generoso y simpático, su jocosa visión del placer y la amistad. Nadie que aparece en la foto vive hoy, ni Antonio Pérez Bas, ni Pedro Sánchez Borreguero, ni don José Ruiz García-Trejo, insigne acuarelista, ni el mismo Párraga. Arrastrar la nostalgia tiene este mal sabor de boca.