Opinión | El prisma

¿Regular la inmigración en España? / Cumplir la ley

La actitud firme de cumplimiento de las leyes es perfectamente compatible con el trato humanitario a las personas víctimas de las mafias que llegan ilegalmente a nuestro país

Foto de archivo de una patera.

Foto de archivo de una patera. / L.O.

La inmigración es un fenómeno social que obedece fundamentalmente a la existencia de desigualdades económicas muy acusadas entre países cercanos geográficamente. Nadie emigra a otro país por placer y, mucho menos, jugándose la vida, como hacen los inmigrantes que llegan de manera ilegal en embarcaciones precarias pilotadas por mafiosos. Los que vienen en esas condiciones lo hacen, qué duda cabe, por necesidad. Siendo esto así, los países receptores de inmigrantes han de tratarlos individualmente como a cualquier otra persona y respetar sus derechos humanos. Otra cosa bien distinta es afrontar un problema como el de la inmigración ilegal, que necesita de la acción de los gobiernos para evitar el drama que entrañan estos fenómenos migratorios, de manera que la llegada de personas de otros países se haga de forma ordenada y con las debidas garantías jurídicas. En última instancia, la llegada de personas de otros países de forma reglada es la mejor garantía también para ellas mismas y su debida protección.

La inmigración es una cuestión regulada por la legislación nacional y europea, que establece los requisitos para la entrada, salida, libre circulación, estancia, residencia y trabajo en un país extranjero. Se trata, por tanto, de hacer cumplir esas normas, como ocurre con el resto del ordenamiento jurídico, que para eso está. Y esa actitud firme de cumplimiento de las leyes es perfectamente compatible con el trato humanitario a las personas víctimas de las mafias que llegan ilegalmente a nuestro país. Lo que no puede ser es que los políticos de un país miembro de la Unión Europea como España realicen declaraciones extemporáneas o fomenten el incumplimiento de la legislación por motivos ideológicos, como hacen no pocos representantes de la izquierda cada vez que tienen ocasión.

Con España se da la circunstancia de que somos la frontera sur de Europa, fuertemente presionada por las mafias de la inmigración procedente de África, continente del que no es que estemos separados por un brazo de mar: somos frontera directa, a través de las ciudades europeas de Ceuta y Melilla. Nuestra responsabilidad respecto a nuestros socios del resto del continente es todavía más acusada, puesto que los inmigrantes ilegales que llegan a nuestro país encuentran fácilmente los medios para llegar al centro y norte de Europa mientras se resuelven sus expedientes de expulsión. Uno de los efectos de la inmigración ilegal es el aumento de la delincuencia en zonas céntricas de las ciudades, algunos de cuyos barrios se han convertido en zonas inseguras para todas las personas, nacionales o inmigrantes, que residen en ellos. Esto es políticamente incorrecto, claro, pero a los que viven en esos barrios profundamente degradados por la llegada masiva de gente desesperada y, a menudo, con antecedentes delictivos, les da igual ya que los llamen racistas. Lo que quieren es poder salir a la calle sin miedo a ser atacados, sea cual sea la nacionalidad o el color de la piel del delincuente, inmigrante o nacional.

¿Cuánta inmigración necesita España? Ningún político lo sabe. De hecho, siguiendo a los padres de la Escuela de Salamanca, los primeros economistas importantes de la historia, solo Dios sabe lo que necesita un mercado (en este caso el laboral), puesto que la información en sistemas de interacción social tan vastos está enormemente dispersa y, además, cambia a cada segundo, por lo que nadie puede predecir cuántos inmigrantes se necesitarán cada año para cubrir las necesidades del país.

Pero eso es fácil de soslayar. Se trata, simplemente, de cumplir la ley y de que los inmigrantes entre en nuestras fronteras con contratos de trabajo o por reagrupación familiar, pero de manera reglada, que es, por cierto, la manera en que funcionaba la emigración europea de los años 60, cuando más de un millón de españoles se fue a Francia o a Alemania a buscar un futuro. Cualquier cosa menos mantener masas desprotegidas de personas sin identificar ni forma de ganarse la vida honradamente por las calles de España, como ocurre ahora, con todos los problemas sociales que un fenómeno de esas características acaba siempre provocando. 

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