Opinión | Noticias del Antropoceno

El cacharro definitivo que le faltaba a la Inteligencia Artificial

Los inventos tecnológicos suelen venir acompañados de algún aparato que potencia sus funcionalidades principales y muestra su utilidad práctica a los usuarios en general. Pero no siempre el primer aparato es el definitivo. Y a veces, la tecnología en cuestión no desarrolla su principal potencialidad hasta después de varios inventos, graduales o disruptivos. La máquina de vapor se inventó para mover los molinos que hasta ese momento era accionados por el viento o la fuerza del agua al correr por un cauce. Y después, esa misma tecnología revolucionó la industria textil moviendo los telares y después arrasó con nuestra forma de viajar cuando se implantó en los trenes y barcos.

La automatización de los cálculos matemáticos fue otro invento que cambió las ciencias en general o cosas tan prácticas como la contabilidad empresarial. Pero hasta que la enormes máquinas iniciales, que llenaban habitaciones enteras con sus mecanismos analógicos, no se convirtieron en ordenadores personales con potentes microchips integrados, la informática no se generalizó permitiendo los enormes incrementos de productividad que hoy forman parte integral de múltiples áreas de cualquier empresa, por pequeña que sea. Y podemos continuar con internet, casi una curiosidad relegada al ámbito del correo electrónico para la intercomunicación del profesorado universitario hasta la llegada de los smartphones, que sobre la ya asombrosa base de un teléfono inalámbrico y de conexión ubicua, han generado un increíble ecosistema de utilidades de ámbito planetario que ha transformado por completo nuestra civilización.

¿Y para cuando el tren a vapor o el teléfono inteligente que den funcionalidad a la inteligencia artificial? De momento, estamos en fase de incorporar la IA a todos los inventos que ya conocemos y conforme los conocemos, igual que los primeros coches de motor se parecían como dos gotas de agua a los coches de caballos. ¿Serán unos asistentes personales tipo Alexa pero en forma de auriculares que siempre nos acompañen y respondan a nuestras cuestiones e instrucciones, como reyes absolutos de aparatos conectados por toda la casa o el lugar de trabajo? ¿Serán robots humanoides personalizados capaces de hacer todas las tareas físicas e intelectuales imaginables? ¿Serán gemelos artificiales los que harán nuestro trabajo cotidiano mientras nosotros nos solazamos disfrutando de nuestras aficiones? 

Lo que sabemos seguro por todas las experiencias innovadoras de la historia pasada es que nos cambiará la vida. O, si hacemos caso a los agoreros, acabará con nosotros. 

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