Opinión | Lo veo así

De «me gusta la fruta» a la astracanada

Las manifestaciones son legítimas, pero lo que no parece lícito es que se mienta una y otra vez, se lancen mensajes que faltan a la verdad y no se paren a pensar en el daño que se le hace al país

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, durante la manifestación del PP.

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, durante la manifestación del PP. / Alberto Ortega / Europa Press

Una vez más y van… pues exactamente ya ni me acuerdo. Se celebraba en Madrid una manifestación del PP contra el Gobierno, contra la amnistía (en Cataluña Núñez Feijóo no habla de estas cosas) y ahora, ante la sorpresa de todo el mundo, porque el Gobierno lleva poco tiempo en el poder (las últimas elecciones generales se celebraron el 23 de julio del 2023), la petición de convocatoria de nuevas elecciones.

Así es, el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, exige a Pedro Sánchez la celebración de nuevas elecciones cuando ni se ha cumplido el año de las anteriores. Y comprendemos la desilusión que este hombre se llevó cuando habiendo sido el más votado no pudo formar Gobierno. Sencillamente, porque vivimos en una monarquía parlamentaria y el partido que logra más apoyos es el que puede gobernar. Así de simple. Exactamente como ha ocurrido en Valencia, por ejemplo, donde las elecciones las ganó el PSOE, entre otros muchos lugares, donde el PP sí ha podido gobernar pese a no haber ganado las elecciones.

Pero esto parece que lo olvida el PP al tildar, una y otra vez, de ‘ilegítimo’ el Gobierno de Pedro Sánchez, en un ejercicio insoportable de tergiversación de la realidad. Porque las manifestaciones son legítimas, pero lo que no parece lícito es que se mienta una y otra vez, se lancen mensajes que faltan a la verdad y no se paren a pensar en el daño que se le hace al país. Sí, ya sabemos que se habla para su electorado, que se cuentan las cosas dirigidas a su electorado y que todo electorado fundamentalista lo que quiere es «leña al mono hasta que hable inglés», pero hay otros muchos ciudadanos que están al borde de un ataque de nervios por las sinrazones de unos y otros. Por el exceso verbal de unos y otros, y otras. Por la sensación que se transmite de que la política en España es un patio de vecinos maleducados y pendencieros que están todo el día pensando en como dañar al que está pared con pared en su casa.

En esa concentración, como era de esperar, participaba Isabel Díaz Ayuso, la lenguaraz presidenta de Madrid (ella se cree que es de España entera) que, una vez más, arengó al personal con ese estilo barriobajero que utiliza en los mítines cuando se trata de hablar de Pedro Sánchez, de meterse con el Gobierno legítimo de este país, de intentar sorprender a los ‘muy cafeteros’de su partido -para quienes ella es la auténtica líder (y Feijóo descuidándose)- con esas cosas de «me gusta la fruta», como si el ejercicio de la política solamente se pueda desarrollar si se insulta a los demás.

Pero en la manifestación del domingo Díaz Ayuso se superó así misma porque, en el colmo de la pérdida de control, salió con esa expresión que Javier Milei, el indescriptible presidente de Argentina, suelta en todos sus mítines, lo de «viva la libertad, carajo». Sí, la señora presidenta de Madrid, en el colmo de la desmesura, utilizó la palabra ‘carajo’ para hablar de ese Madrid de todos. Y preferimos pensar que no sabe lo que esa expresión significa, ¿o sí lo sabe? 

«Carajo es un término del castellano usado para designar el miembro viril. Este uso del término como nombre propio para describir el miembro viril, presente incluso en la documentación oficial, termina con la Contrarreforma. Pasa entonces a ser considerado como obsceno e impropio, connotación que mantiene hasta la actualidad».

Y que Milei lo utilice tanto no es de extrañar. Un machista irredento como él no podría obrar de otra manera, pero que una señora como Isabel Ayuso utilice estas expresiones solamente pone en evidencia que algunas personas pierden la cabeza cuando se ven rodeadas de halagos, de vítores y aplausos, porque terminan creyéndose su personaje y corren el riesgo, como en este caso, de caer en la astracanada.

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