Opinión | Observatorio

Carol Álvarez

Cannes como síntoma

El cine es también una plataforma que proyecta nuestras fantasías y nuestras miserias, nuestros sueños y pesadillas, y la alfombra roja de este año en Cannes ha sido una vez más un catalizador de los tiempos que vivimos que no puede dejarnos indiferentes

Los festivales de cine tienen mucho de escaparate de lo que hablaremos, disfrutaremos o criticaremos en meses posteriores: es una forma de pistoletazo de salida de la gran temporada que se abre para la diversión masiva, primero en cines, más tarde en las pequeñas pantallas. Y de entre todos los festivales, el de Cannes es el que tiene una mayor carga simbólica. El festival tiene mucho de feria: se monta para enseñar y vender, para seducir y convencer, y es un termómetro más allá del palmarés final que señala el camino del éxito o del fracaso a las propuestas cinematográficas que se exhiben.

Pero el cine es también una plataforma que proyecta nuestras fantasías y nuestras miserias, nuestros sueños y pesadillas, y la alfombra roja de este año en Cannes ha sido una vez más un catalizador de los tiempos que vivimos que no puede dejarnos indiferentes. 

El año pasado el festival se coronó al devolver al actor Johnny Depp al olimpo de los dioses, del que fue expulsado por las acusaciones de maltrato de su exmujer, Amber Heard. Con su carrera truncada, una sentencia absolutoria tras un controvertido juicio por jurado muy mediatizado por las redes sociales y la opinión pública le dio alas para recibir el indulto moral de parte de la comunidad cinematográfica, y su paso triunfal por el festival francés fue la punta de lanza de su restitución: Cannes le recibió en un baño de masas y Depp atesoró una ovación de ocho minutos en su regreso al cine con la película Jeanne du Barry.

Con ese recuerdo aún grabado, la voz quebrada por la emoción de la actriz Juliette Binoche en el inicio del festival de este año da fe de la tensión del momento que vive el movimiento contra la impunidad de la violencia sexual en el cine. La actriz francesa se emocionó en el acto de homenaje a Meryl Streep, nueva Palma de Honor del festival, cuando casi entre lloros le agradeció su forma de reivindicar a través de su carrera profesional el rol de la mujer en el cine, pero también el regalo de su mirada de mujer, un espejo para todas. 

La emoción desatada de Binoche no es ajena a su implicación en el manifiesto de mujeres del cine francés que coincidiendo con Cannes se ha hecho público para denunciar la inacción institucional y de las autoridades ante las difíciles denuncias de abusos sexuales y agresiones en el seno del sector, en la tortuosa senda del ‘MeToo’. También la presentación del impactante cortometraje Moi Aussi de la actriz y directora Judith Godrèche, impulsora de las denuncias de abusos sexuales en el cine galo, ha tenido su amplificador en Cannes. La protesta conjunta es seria: alerta de que pese al coraje de las víctimas, la impunidad crece.

Y como si estuviera en el guion, el estreno de la última película de Francis Ford Coppola ha llegado salpicado de denuncias y rumores sobre el comportamiento sexual del cineasta desplegado durante la producción del filme, con tocamientos y otros abusos a mujeres del equipo, sin que haya para nada enturbiado su paso por la alfombra roja ni la rueda de prensa consecutiva. 

Del #Metoo que arrancó en Estados Unidos y el apogeo de la cultura de la cancelación a este momento en Cannes parece que ha pasado una eternidad, pero la foto del ahora nos enseña el retrato de una sociedad polarizada, donde no hay punto de encuentro, un diálogo para sordos. Unas denuncian, los otros no se inmutan, en la arena pública ante los ojos del mundo.

Cannes como síntoma de que algo no va bien, nada bien, ¿no les parece? 

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