Opinión | Pasado a limpio

Las uvas de la ira

Milei no propugna una sociedad de personas libres sin Estado que se interponga. Él quiere un Estado fuerte para gobernarlo y un país para asolarlo con el capitalismo más puro, el que no tiene freno ni contentura

El presidente de Argentina, Javier Milei, durante la convención 'Europa Viva 24' de Vox.

El presidente de Argentina, Javier Milei, durante la convención 'Europa Viva 24' de Vox. / Carlos Luján / Europa Press

Javier Milei es invitado a una convención de integristas carpetovetónicos. El flamante presidente larga una soflama flamígera insuflada de fatuas flatulencias verbales, invectivas e injuriosas contra el presidente Pedro Sánchez. Cambió la motosierra por un suflé de sandeces con ínfulas de orador enrostrado. Su ideología es solo inflamación de las meninges y la aclamación de la concurrencia no es plausible, pues solo es furibunda fanfarria de fanáticos.

Para colmo, el huésped viene a ofender al anfitrión, lo que vulnera las reglas más elementales de la hospitalidad. No era visita institucional, pero bien lo disimuló, pues su impostura fue portada de telediario. No llega a tango, solo queda en milonga. Milei no es más que un ‘clown’ al que la concurrencia aúpa a fenómeno circense, un nihilista sin fundamento invitado al foro de los ideólogos de la indignación.

Para ser su primera visita a España desde su elección, lo correcto hubiera sido visitar al rey, como jefe del Estado, o al presidente del Gobierno del primer inversor europeo de Argentina, sin mencionar los estrechísimos lazos de gobiernos y ciudadanos a ambos lados del Atlántico. José de San Martín, libertador de Argentina, era hijo de españoles y tuvo una especial vinculación con Murcia. Pero el argentino de la motosierra viene a una convención de sus correligionarios, los que añoran un pasado de conquistadores y virreyes españoles.

¿O acaso vino en un viaje institucional? porque desde su embajada en España se convocó a las principales empresas españolas, las grandes multinacionales bancarias y energéticas, que acudieron prestos a la llamada. Que fueran a defender sus inversiones en Argentina no pareció incompatible con bailarle el agua al líder ideológico del nuevo capitalismo. Las declaraciones de Garamendi son buena prueba de su incoherencia: ellos no se meten en política, que acudieron a la convocatoria de la embajada porque tienen importantes inversiones en ese país; que lamentan las descalificaciones de Milei, pero ellos no tienen más interés que su propio dinero.

Todo comportamiento humano en sociedad es, por definición, político; más si tiene que ver con el sistema económico de un país o de dos países con importantes vínculos comerciales, políticos y personales. Claro que es política. Cuando alguno de esos gobiernos sube el salario mínimo, reforma las normas sobre el despido o sobre la protección contra el desempleo, los empresarios se pronuncian pese a ser cuestiones políticas. También lo harían si un gobierno extranjero expropiara sus participaciones en ese país o gravara con más impuestos la explotación de sectores estratégicos; es más, reclamarían a su país que protegiera sus intereses y el gobierno reclamado tendría esa obligación. Es política.

El viaje de Milei para reunirse con sus amigos y conmilitones es privado... ¿o no?, porque en Argentina denuncian que ha sido pagado con fondos públicos, contrariando el mensaje de que recortaría todos los gastos superfluos del Estado.

Su peculiar ideología es llamada anarcocapitalismo, pero es una falacia. Milei no propugna una sociedad de personas libres sin Estado que se interponga. Él quiere un Estado fuerte para gobernarlo y un país para asolarlo con el capitalismo más puro, el que no tiene freno ni contentura, el que retrata John Steinbeck en Las uvas de la ira: los Estados Unidos en tiempos de la Gran Depresión.

Los campesinos del medio oeste americano eran desahuciados de sus tierras por los bancos cuando un largo periodo de sequía asolaba las grandes llanuras; lo que unido a los efectos de la crisis de 1929, provocó una emigración masiva hacia el oeste. Pero California no era una tierra de promisión: los propietarios de las grandes fincas agrícolas explotaban a los desesperados inmigrantes, los recibían en condiciones inhumanas, los hacinaban en campamentos insalubres, los contrataban como esquiroles y les pagaban salarios de miseria. Para ello, contaban con la colaboración policial en una relación de amo y sicario.

La novela es una denuncia social, próxima al realismo literario de Zola y Balzac. La transformación del ‘New Deal’ del presidente Franklin D. Roosevelt apenas comenzaba a revertir los efectos catastróficos del capitalismo más liberal e inhumano, organizando campamentos públicos y canalizando las contrataciones de los temporeros.

La película dirigida por John Ford, nada sospechoso de socialismo, se filmó en 1940, antes del ataque japonés a Pearl Harbor. La soberbia interpretación de Henry Fonda y la magnífica Jane Darwell, fue muy anterior a la Guerra Fría, cuando el capitalismo se reconvirtió para ser mejor que su antagonista, el comunismo soviético. Mucho antes, el Papa León XIII publicó su encíclica Rerum novarum, que inauguraba la Doctrina Social de la Iglesia en el año 1891. Uno de sus antecedentes es el jesuita Luigi Taparelli, quien en 1843 acuñó la expresión ‘justicia social’. Esa que tanto denuestan Milei e Isabel Ayuso. Si no tienen educación, difícilmente pueden dar lecciones de nada.

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