Opinión | Pulso político

Joaquín Segado

Sánchez amenaza los pilares de la democracia

Los cinco días de ridículo y esperpento a los que Pedro Sánchez sometió a España fueron solo un episodio más de los muchos años de bochorno que venimos sufriendo desde que irrumpió en la Moncloa. Los españoles llevamos demasiado tiempo asistiendo a actuaciones políticas que no habíamos vivido antes en nuestra democracia, que han llevado a retrocesos en materia de igualdad ante la ley, estabilidad política y libertad.

Hemos pasado de engaños electorales cada vez más impúdicos a cesiones cada vez más inaceptables a los independentistas; de atropellos democráticos basados en la colonización de las instituciones a la renuncia a presentar los Presupuestos Generales del Estado; de levantar muros para partir en dos a la sociedad española a unos escándalos de corrupción que no han merecido ni la más mínima explicación. Y de su derrota electoral, hemos pasado a una astracanada más propia de regímenes bolivarianos.

Sánchez se permitió tomarse ese puente largo, no precisamente preocupado por los problemas de los españoles, sino por los suyos. Ha sido, como nos temíamos, uno más de sus actos de engaño masivo, una auténtica farsa con la que ha intentado victimizarse para lograr un objetivo: su propia impunidad. Pero todos los españoles somos iguales ante la ley: Sánchez, su mujer, su Gobierno, la oposición, absolutamente todos. Aquí no hay privilegios para nadie.

De nuevo, ha sometido a toda la Nación a su estrategia personalista, para lo que no ha tenido empacho alguno de incluso utilizar al Rey como involuntario actor secundario. Y, en lugar de salir a dar explicaciones como es propio de los presidentes democráticos, señala y amenaza a jueces, medios de comunicación y oposición, como es propio de los presidentes autoritarios.

Estos días de ‘reflexión’ han terminado con la exhibición más descarnada del verdadero Pedro Sánchez, el que no acepta la discrepancia. Quiere un país a su medida y a su servicio, ciudadano a ciudadano, institución a institución. Ha lanzado su órdago en nombre de la democracia, pero quien amenaza de verdad a la democracia española es el que pretende imponer un proyecto de puro poder, sin límites, para no dar las explicaciones que le exige la sociedad. En un Estado de Derecho no se puede invocar el poder al mismo tiempo que se impide el control por parte de quienes son tan legítimos como pueda serlo el Gobierno.

Que los jueces actúen con independencia no es una anomalía democrática ni una persecución; tampoco que los medios informen y opinen con libertad, cuyo límite solo se encuentra en la ley; ni tampoco que la oposición ejerza sus derechos de control al Gobierno y denuncie sus atropellos. Es, precisamente, ni más ni menos, que la normalidad democrática.

Sánchez no es víctima de nada ni de nadie. Es un presidente del Gobierno, como tal, sometido al control de la oposición, de los medios de comunicación y de la Justicia, como procede en cualquier democracia moderna, como es la nuestra. Y debería saber que, después de su teatro, su realidad no ha cambiado lo más mínimo: sigue habiendo una investigación en la Fiscalía Europea, dos en la Audiencia Nacional y comisiones de investigación que no controla como la del Senado sobre la presunta corrupción de su partido, su Gobierno, y su entorno.

Los españoles no hemos recorrido este camino juntos desde nuestra ejemplar Transición a la democracia para terminar emulando a regímenes liberticidas y autocráticos. Si ese es el proyecto del señor Sánchez, va a tener la movilización que buscaba, aunque seguramente que no en los términos que esperaba.

El PP no se va a dejar coaccionar por las amenazas de Sánchez y seguirá defendiendo la igualdad, la verdad y los pilares de la democracia, entre los que se encuentran la independencia de la Justicia, la libertad de prensa y el ejercicio de control al Gobierno por parte de la oposición. No vamos a callarnos. Pararemos la deriva autoritaria de Sánchez porque nuestra democracia no se puede degradar por el capricho y el interés personal de nadie.

España necesita un tiempo nuevo, y no puede ya encontrarlo en quienes representan el pasado. Necesita un nuevo Gobierno comprometido con los valores constitucionales, con un presidente que esté a la altura de los españoles. Necesita un Gobierno que esté al servicio de España, no un presidente que quiere que España esté a su servicio.

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