Opinión | Todo por escrito

Montárselo mal

El día de mi boda, cuando quedaban quince minutos para casarme, me miré al espejo y me sentí como el Joker de Jack Nicholson cuando se arranca las vendas y ve el estropicio que le han hecho. Mi cara parecía la de Carmen de Mairena, pero después de una noche de excesos. Lo que se espera en una novia... Como el Joker, me debatía entre la risa maníaca y la violencia extrema. 

Tres días antes, mi compañero y yo habíamos ido a una perfumería y una dependienta algo siniestra se ofreció a maquillarme gratis para el gran día. Él, que tiene un sexto sentido infalible para las personas, me dijo: «No se te ocurrirá dejarla...». ¿Y qué hice yo? Pues ignorarlo por completo, claro. 

¿Por qué, a veces, desoímos todas las alarmas y saltamos de cabeza hacia la peor opción? A la pregunta de cómo escoger bien, Aristóteles nos ofrece el mejor manual práctico: la prudencia. Imagine que hay dos caminos: uno soleado y bonito, con gente feliz y pájaros cantando; y otro oscuro, solitario y bastante chungo. ¿Cuál tomaría usted? La prudencia aristotélica indica que la mejor opción es siempre el camino soleado. 

Pero, si parece tan obvio, ¿por qué tantas veces elegimos mal? Hay dos explicaciones: o bien no nos creemos dignos de lo bueno, o bien lo malo es para nosotros motivo de orgullo. Sé que esto último parece descabellado, pero es más común de lo que parece. 

Por ejemplo, en un viaje a Camboya conocí a un chico español que presumía de comer por un euro al día en los puestos callejeros. En el sudeste asiático, hay manjares tan suculentos como el ‘pagpag’, un plato hecho con carne reciclada de las sobras de la basura. El chaval se ahorró unos euros, pero terminó malísimo. 

Otro ejemplo: hay una escritora («una de las voces más reconocidas del escenario literario catalán»), que pasó dos noches durmiendo en la calle, durante un Erasmus en Berlín. El albergue que había reservado estaba lleno, pero en lugar de buscar otro hostal o llamar a alguien, se fue directa a dormir a la estación. Lo curioso es que lo cuenta como algo heroico, una hazaña transformadora que nutre sus novelas: «Mujeres a la intemperie y las desposeídas de la ciudad». En fin... 

A veces las cartas están marcadas y no podemos hacer nada, pero casi siempre somos libres de elegir. Lo que algunos llaman suerte o sexto sentido es en realidad prudencia aristotélica. Reconozcamos que no siempre es el mundo el que nos obliga a comer mierda, a veces somos nosotros mismos los que nos empeñamos. Lo preocupante es que nos guste.