Opinión | Noticias del Antropoceno

Emprendedurismo y partenogénesis empresarial

Archivo - Bill Gates.

Archivo - Bill Gates. / Sven Hoppe/dpa - Archivo

Peter Thiel, fundador de PayPal e inversor de capital riesgo famoso estableció hace algún tiempo un premio que podría calificarse al menos como curioso: otorga 100.000 dólares a quien deje los estudios universitarios para montar su propia startup u ONG y cuyo proyecto haya merecido la aprobación de un comité de selección formado ad hoc para otorgar dicho incentivo económico. Con ello rinde homenaje a sí mismo (un ‘dropout’ universitario) y otros innumerables emprendedores que llevan a gala en Estados Unidos haber abandonado los estudios universitarios a mitad de carrera para embarcarse en un proyecto emprendedor.

Esto es lo que está de moda en Estados Unidos, donde existe una cantidad increíble de inversores de capital riesgo dispuestos a apostar en cualquier proyecto que recuerde aunque sea lejanamente a los que han tenido éxito en las últimas décadas, incluido el Microsoft de Bill Gates y Steve Wozniak, ellos mismos ‘dropouts’ universitarios. Eso contrasta fuertemente con nuestro país, que sigue adoleciendo de titulitis endémica que impide que un no titulado universitario figure aunque sea de forma simbólica en el plantel de emprendedores de una startup.

En nuestro país (el salvaje Oeste en términos de cláusulas de no competencia habituales en los países anglosajones) lo que predomina por encima de todo en el currículo de los emprendedores es haber adquirido conocimientos y experiencia en una empresa del mismo ramo, y haberse ido de ella en el momento más conveniente para sus intereses. 

Cualquier empresario veterano (y sobre todo en sectores con bajas barreras de entrada como el mío del marketing y la publicidad) te podrá contar historias de terror como la que me sucedió a mí cuando un lunes me encontré con la oficina desmantelada, los ordenadores con los trabajos de diseño machacados y a la secretaria llorando a lágrima viva porque el núcleo esencial de empleados había decidido montarse por su cuenta previo anuncio a los clientes (obviándome a mí) de que ellos ( no yo) aseguraban la continuidad de sus encargos y de la propia empresa. Podría poner nombre y apellidos a estos empleados desleales, pero al cabo entiendo que estas cosas pasan a menudo en determinadas culturas empresariales. Y no me va bien asumir el papel de víctima. Además, el fracaso de su proyecto empresarial cuando dejaron de estar protegidos por sus patrocinadores instalados en cargos políticos relevantes, me reafirma en el viejo adagio de que el tiempo acaba poniendo a cada cual en su sitio.

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