Opinión | Desde mi picoesquina

La izquierda timorata

En días en que recordamos la proclamación de la Segunda República española, 1931, es bueno recordar el artículo 6 de su Constitución: «España renuncia a la guerra como instrumento de política nacional»

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la sesión de control, el pasado 10 de abril, en el Congreso de los Diputados.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la sesión de control, el pasado 10 de abril, en el Congreso de los Diputados. / Eduardo Parra / Europa Press

Redacto estas líneas tras conocer la predisposición del ‘Gobierno más progresista’ de la historia de España al incremento del gasto militar, anunciado el pasado día 10 por Pedro Sánchez en el Parlamento, en el contexto de la actual guerra de Ucrania. Ante lo cual, inexcusablemente, en días en que recordamos la proclamación de la Segunda República española, el 14 de abril de 1931, es bueno recordar el artículo 6 de su Constitución, que reza así: «España renuncia a la guerra como instrumento de política nacional». 

Los ponentes y redactores de aquella Constitución, al hacer aquella afirmación tan categórica, indudablemente tuvieron muy presentes el ambiente prebélico que se respiraba en Europa, con el ascenso de regímenes autoritarios en Centroeuropa, junto al nazismo y fascismo, así como la terrible sangría que había supuesto la I Guerra Mundial, que ocasionó no menos de 20 millones de víctimas, muchos de ellos jóvenes de ambos bandos en conflicto. 

Aquel Gobierno republicano pequeño-burgués, la ‘República de los profesores’, con una indudable actitud ética antibelicista, superó con creces la pasada traición de la socialdemocracia europea a sus principios. No hay que olvidar que el socialdemócrata alemán Friedrich Ebert, el mismo que alentó la eliminación física de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, miembros del partido espartaquista alemán, apoyó en su día la aprobación en el Bundestag (Parlamento alemán) los créditos de guerra necesarios mediante los que los jóvenes proletarios alemanes, en medio de una exaltación nacionalista creada y alentada por el poder (recomiendo, en este sentido, tanto la lectura de la novela como de la película, de igual título: Sin novedad en el frente), marcharon a las trincheras dispuestos a enfrentarse a los jóvenes proletarios franceses, igualmente aleccionados por su Gobierno en el contexto de la locura nacionalista y belicista que inundaba el Viejo Continente. 

Las dos guerras mundiales que asolaron Europa, con un balance de más de 75 millones de víctimas, no han bastado para erradicar de las clases dirigentes del continente europeo sus veleidades guerreras. La pela es la pela. Y esos dirigentes, que contemplarían el eventual conflicto que podría amenazar en un futuro la propia existencia humana desde sus cómodas moquetas y despachos protegidos, nos quieren persuadir de la inminencia de esa guerra contra el invasor Putin, para la que hay que estar preparados. Y ya sabemos en qué consiste esa preparación: miles de millones de euros detraídos del gasto social y de una Sanidad y Educación siempre renqueantes, para satisfacer la compra de armas. Porque las armas se fabrican para ser usadas y vendidas al mejor postor.

Confieso que me siento defraudado y descolocado. Ya en su día, quienes, muy jóvenes, nos fajamos en la lucha antimilitarista (en mi caso, en el Comité Anti-OTAN de Cartagena) nos llevamos una tremenda decepción con el viraje del PSOE desde aquel ‘OTAN de entrada NO’ hasta el ingreso en la estructura militar de la Alianza, tras un referéndum en el que el Gobierno de Felipe González, que prometió desmantelar gradualmente las bases americanas en España, cosa que no ha cumplido, se volcó con toda una batería mediática a su servicio a favor del sí. 

En estos momentos, casi cuarenta años después de aquel fiasco, una OTAN hasta ahora decadente por sus fracasos en escenarios bélicos de sobra conocidos, vinculada estrechamente a los intereses geoestratégicos de un imperio estadounidense también en declive, ha recobrado protagonismo -vivificada por su postura agresiva hacia las fronteras rusas- y alentado a sus países integrantes a un enfrentamiento guerrero de incierto resultado.

Y, en ese escenario, dando por supuesto que las derechas, por la comunidad de intereses con los grupos empresariales dominantes en el negocio de las armas, son más proclives a silenciar qué se ventila tras ese lucrativo y nefasto negocio, me descoloca, sin embargo, la posición del Gobierno y de ciertos sectores a su izquierda.  

No aprendemos. La socialdemocracia europea, y por ende la española, integrante de una izquierda que, supuestamente, lleva en sus señas de identidad la solidaridad entre los pueblos y la paz y la coexistencia pacífica, por desgracia se identifica hoy con las posiciones más conservadoras de la derecha de una Europa que, otrora, cuando su fundación, apostaba por construir -al menos eso se afirmaba en sus documentos fundacionales- un espacio de paz y convivencia, superado el horrible trauma que supuso la II Guerra Mundial. 

Es inútil y preocupante la asunción por parte del Ejecutivo español del discurso alemán y francés en lo referente a la necesidad del envío de armas a un país, Ucrania, que no es un ejemplo, precisamente, de un Estado democrático y que, además, está perdiendo claramente la guerra. Y, algo que por ahora se suele obviar, algún día se conocerá el trágico balance de víctimas humanas, tanto civiles como militares, por ambos bandos. La adhesión guerrera de nuestro Gobierno choca con esa cruda realidad.

Pero no menos preocupante es la posición de cierta izquierda del PSOE. La necesidad de preservar el Gobierno de coalición, pues arrecian los embates desde la derecha extrema y la extrema derecha, no justifica que, desde una posición subalterna, adopte una postura timorata. Una izquierda subalterna que no plantea suficiente batalla contra el viraje en política exterior del Gobierno con respecto al Sáhara asumiendo las tesis marroquíes; una izquierda subalterna no muy beligerante contra los fondos de inversión que impiden el acceso a la vivienda social; una izquierda subalterna que no hace casus belli del asunto de las enormes bolsas de pobreza existentes en el país; una izquierda subalterna dispuesta a abandonar el pacifismo, como han venido haciendo Los Verdes alemanes -que en su día apoyaron el bombardeo de Belgrado y ahora el envío de armas a Ucrania-, con los que simpatiza, en nombre de argumentos geopolíticos y belicistas compartidos con el PSOE y con el PP…

Si la presencia en el Gobierno impide ser coherentes con un mínimo de principios ético-políticos, habría que propiciar un debate público para valorar esa presencia.

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