Opinión | Pasado de rosca

Todo está en los Tres libros

Tres han de ser los libros que perduren en las estanterías, y no son La Biblia, El Quijote y las Obras Completas de Shakespeare, sino Meditaciones, de Marco Aurelio; El arte de la guerra, de Sun Tzu; y 1984, de George Orwell

Henry Be / Unsplash

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Hace unos días, el periodista Ángel Montiel, al que muchos no dudamos en reconocer como nuestro maestro en el oficio de dejar por escrito nuestras opiniones en el periódico, reclamaba un filósofo de guardia para explicar lo que él declaraba un arcano: la extraordinaria omnipresencia de tres determinados títulos en toda librería que se precie.

Si Montiel, el maestro, lo declaraba un arcano, parece excesiva presunción que un humilde discípulo como yo pretenda explicar el misterio que subyace a la vigencia de esos tres libros. Pero como si no filósofo, al menos ‘filo-filósofo’ sí me puedo considerar, pues mi salario procedía durante más de tres décadas de la docencia de la Filosofía, osaré intentarlo. Otro maestro, Félix de Azúa, que últimamente ha tirado el carro por el pedregal, decía que los que escribimos estamos siempre moviendo las poleas y polipastos de nuestro cerebro, tratando de que ese órgano sea la máquina del movimiento perpetuo. Y, como me reconozco en ese rotar perenne de engranajes cerebrales, puedo considerar que vivo en estado de guardia permanente.

Así pues, recojo el desafío de Montiel y paso a exponer mis torpes cogitaciones en torno a los tres libros. Empezaré por la numerología. Es el tres un número trascendente. Tres son las religiones del libro. Tres anillos para los Reyes Elfos bajo el cielo. Tres son las personas que los sacrílegos y presuntuosos sedicentes teólogos atribuyen a la unidad del Todopoderoso. Tres en uno; si no es un lubrificante, entonces sí que es un arcano. Tres son los adjetivos que, bien elegidos, sirven para perfilar perfectamente cualquier sustantivo. Tres los estados de la materia, con el añadido espurio del plasma. Tres eran los reinos de la naturaleza hasta que los espejos y la cópula denunciados por el maestro de maestros, Jorge Luis Borges, como multiplicadores de los seres, vinieron a arrojar confusión sobre nuestra comprensión del mundo. Así pues, tres han de ser los libros que perduren en las estanterías y no son La Biblia, El Quijote y las Obras Completas de Shakespeare, sino Meditaciones, de Marco Aurelio; El arte de la guerra, de Sun Tzu; y 1984, de George Orwell.

Empezaré por las Meditaciones, del emperador romano Marco Aurelio, caracterizado por Montiel como «un recetario de vida estoica para tiempos de consumismo y gozadera». El estoicismo y el epicureísmo, nacidos en la antigua Grecia, son dos escuelas filosóficas idóneas para tiempos de crisis. El filósofo, vale decir ‘el sabio’, busca la ataraxia, la serenidad, la imperturbabilidad y la ausencia de dolor. Si algo caracteriza estos tiempos de crisis que nos ha tocado vivir, es precisamente la hipersensibilidad al dolor y los esfuerzos para huir del mismo. Hiperprotegemos a nuestros vástagos para que no sufran en ninguna circunstancia, y nosotros mismos, si nos refugiamos en el placer, lo que realmente estamos haciendo es huir del dolor. Los jóvenes de hoy acuden en masa a los gimnasios donde se ejercitan con el denuedo y la dedicación de auténticos ascetas estoicos. Las Meditaciones de Marco Aurelio cobran, pues, sentido en estos tiempos de piel fina y ultrasensible para dar la espalda a aquello que hiere o lastima.

El arte de la guerra de Sun Tzu también resulta de lo más apropiado para estos tiempos de feroz competencia en los que hay que derrotar a cuantos competidores nos salen al encuentro. En los estudios, en la política, en la vida empresarial, en el deporte, en cualquier profesión, la pugna por ser el primero —el que logra el scoop, en el periodismo— requiere que nos armemos de tácticas y estrategias que nos ayuden no tanto a lograr el triunfo propio como la derrota del adversario. Precisamente porque nos declaramos pacifistas, hemos desplazado el campo de batalla a otros territorios sin excluir el ámbito de lo íntimo. El feminismo y la guerra de todos los sexos son algo más que una metáfora para explicar cómo abordamos nuestras diferencias. No hace falta remontarse al filósofo griego Heráclito para recordar con él que la guerra es el padre de todas las cosas. Y si huimos de las metáforas, no podemos olvidar que los tambores de guerra, de las de verdad, de las de cañones y drones, resuenan en la vieja Europa hasta el punto de que los que habíamos creído que éramos la primera generación que había vivido sin guerra vemos la posibilidad de padecerla en nuestro crepúsculo.

Y qué decir de 1984, la obra profética de Orwell. Nunca como hasta ahora fue materialmente posible la existencia real del Gran Hermano que todo lo ve. No se trata solo de las cámaras de videovigilancia omnipresentes, que convierten hasta al diletante ‘flâneur’ en un objetivo a seguir. El reconocimiento facial y la IA contribuyen a que el mundo se convierta en un panóptico por el que deambulamos todos, localizados al minuto. La IA permite que sepan en dónde has estado, en qué compañía, haciendo qué y con qué estado de ánimo. Hoy, cuando llamamos a una empresa, es probable que cuando conteste el receptor de la llamada nos haya clasificado ya por la mediación de un algoritmo que hace nuestro perfil. Dejamos a nuestro paso, como el rastro del caracol, una inmensa cantidad de metadatos en nuestras comunicaciones que dicen más incluso de lo que sabemos de nosotros mismos. Y todo esto conlleva una pérdida de libertad, como la que denunciaba Orwell.

Así pues, querido Montiel, no se me ocurren tres libros más adecuados para estos tiempos turbulentos que los tres que citabas en tu artículo del jueves pasado. Como manuales de autoayuda y como descripción fidedigna de cómo somos y de qué manera vivimos o viviremos, ‘malgré nous, mon cher’.

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