Opinión | Noticias del Antropoceno
Ese no deporte llamado golf
Aprovechando que en esa época las viviendas estaban relativamente baratas y que había ganado unas perras interesantes vendiendo unos trabajos pioneros de diseño web y multimedia al grupo que adquirió Sotogrande a mediados de los 90, me compré una casa en Altorreal, que estrené allá por 1998.
La casa linda con el campo de golf que constituye el eje central alrededor del que se conformó el proyecto urbanístico promovido por Urbis. Reconozco que es un privilegio vivir en Murcia con la opción de contemplar una superficie perennemente verde y arbolada, cuidada con mimo por exigencias de su explotación comercial. No lo es tanto que se estrellen ocasionalmente bolas de golf con tu pérgola o que caigan en tu porche, pero lo asumo estoicamente porque no hay nada que sea perfecto en esta vida.
De hecho, de las primeras impresiones que me llevé contemplando ‘mi jardín trasero’ fue una persona tumbada sobre el césped, aparentemente desentendida de lo que ocurría a su alrededor, que se pobló inmediatamente por un enjambre de sanitarios que lo transportaron con agilidad a una ambulancia. Después, un conocido mío golfista, habitual del campo, me contó que era un inglés que había fallecido de un infarto. Me enteré posteriormente de que los fallecimientos en este tipo de instalaciones eran bastante frecuentes y su explicación se deduce de dos fenómenos concurrentes: la elevada edad de los practicantes y su baja forma física.
No quiero volver a la matraca de criticar a Donald Trump, cosa que hago día sí y día no en este espacio de reflexión, pero solo hace falta contemplar su silueta un segundo para entender por qué la única actividad que practica asiduamente -junto con inflarse a hamburguesas de McDonalds e ingerir innúmeras latas de Coca-Cola- es el golf.
A mi madre -que en paz descanse- le dio un día por sentarse en una hamaca a contemplar a los jugadores practicando este no deporte que se juega en mi vecindad. Su conclusión es que la gente necesitaba unos pantalones con bolsillos amplios donde meter el tropel de bolas que necesitaban usar cada vez que la previa se había despistado en el lanzamiento. Y es que muchos jugadores definitivamente ni se molestan es buscar las bolas descarriadas. En alguna ocasión, hasta yo he contribuido a su autoengaño devolviendo alguna de las que caen en mi jardín. No sea que se hernien con tamaño esfuerzo.
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