Opinión | El Palique

'La sal', por José María de Loma

El salero vivió mejores tiempos, cuando iba de mano en mano por la alegre y poblada mesa del almuerzo familiar. Ahora la gente vive sola, el abuelo lo rehuye, la joven lo ignora, el hipertenso lo teme y el médico lo prohíbe. No he llenado un salero en mi vida, ahora que lo pienso. Un azucarero sí. Salario viene de sal, nos enseñaban en la escuela con muy poco salero, tal vez en una mañana gris de lunes en la que uno lo que quería era dar balonazos en el patio o correr tras los gatos del lugar. Al salero lo casaron con el bote de la pimienta, al que da apuro llamar pimentero. A ambos los subieron a un convoy y van juntos cabalgando con el aceite y el vinagre. A veces se independiza y el camarero lo trae solitario, aquí está el salero.

No hay verdadera intimidad con alguien si nunca te ha dicho pásame la sal. No hay verdadero amor duradero en el que tarde o temprano alguien diga: no abuses de la sal. El amor es que te recuerden el sodio. La sal tiene mala prensa. Hay mala prensa sobre tantas cosas que no me extraña que la prensa esté en crisis. Pese a eso, es necesaria, la sal, lo que ocurre es que en los precocinados e incluso en alimentos salados ya hay sal de sobra. Suficiente como para amargarnos la vida. La paradoja es que a veces la sal endulza la vida. Mejor que el azúcar. «Cena sin vino y olla sin sal, no es manjar», dijo el clásico. No sabemos si después de cenar o antes del vino. Pedir sal siempre ha sido un buen recurso para conocer gente, hola vecina, ¿tienes un poco de sal? aunque en estos tiempos todo se pide a Amazon y si al vecino se le pide algo es brócoli o un trozo de aguacate. Aceite no, que está a precio de petróleo.  

La sal rubrica una buena tostada con aceite y tomate. Es la firma que da vigor al contrato matinal entre el desayunante y la vida. Hay quien la sustituye por el limón como quien sustituye un libro por una película. La sal de frutas es la prima frívola de la sal a secas, que es, claro, más seca y seria. El soso mira de reojo al salero. Con salero se llega lejos en la vida, aunque también son frecuentes los sosos que llegan a ministros y luego nos gobiernan como si tuviéramos el potasio alto.

El salero es transparente: carece de doble intención. Lo suyo es salar y no entiende de dobles sentidos. Los salarios opacos nos complican la vida como nos la complica un libro en eslovaco. El salero marchoso se pluriemplea en los bares de copas: limón, tequila y sal. Luego cae exhausto en la alacena, que suena como a cena volante.

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