Opinión

Vladímir Putin: Se ha quedado sin enemigos

Pocas bromas con Putin. Si ha matado en Alicante a un piloto de helicóptero desertor, le basta contratar otro paquete todo incluido para deshacerse de un humorista en zona turística

Vladímir Putin, con gesto amenazador, se dirige a los medios en rueda de prensa, esta semana.

Vladímir Putin, con gesto amenazador, se dirige a los medios en rueda de prensa, esta semana. / Natalia Kolesnikova / AFP

El general Ramón María Narváez le confiesa al sacerdote que lo atiende en su lecho de muerte, y que le pide que perdone a sus enemigos:

-No tengo enemigos, los he fusilado a todos.

También se ha quedado sin enemigos por extinción Vladímir Putin, coronel del KGB que redondeaba su sueldo ejerciendo de taxista por las calles de San Petersburgo. Es el tercer hijo de la cuarentañera Maria, el único que llegó a adulto. Quemaba documentos secretos, destacado en Dresde, mientras caía el Muro de Berlín. Definió el hundimiento de su añorada Unión Soviética como «el mayor desastre político del siglo XX». Sin embargo, no conviene ponerse estupendos. Le llaman presidente de Rusia para la eternidad porque solo aspiraba a convertirse en un James Bond.

Escatológico

Pocas bromas con Putin. Si ha matado en Alicante a un piloto de helicóptero desertor, le basta contratar otro paquete todo incluido para deshacerse de un humorista en zona turística. El presidente ruso hasta 2030, que será 2036, no amenaza, sino que ejecuta. Lo explicó en términos escatológicos al principio de su mandato. «Perseguiremos a los terroristas en todas partes, y si los encontramos en el lavabo, será cagando que los mataremos. Con perdón». Y si la definición española de terrorista deslumbra últimamente por su latitud, en Rusia se aplica a un manifestante que porte un cartel en blanco. Moscú no distingue de ironías, aunque el Putin iniciático tuvo el sentido del humor de desbaratar las investigaciones contra la corrupta saga de Yeltsin difundiendo un vídeo del fiscal junto a dos prostitutas. Sin ninguna prenda visible en las imágenes.

La broma macabra establece que Putin no necesitaría matar a sus enemigos para dar miedo. Pese a ello, Litvinenko, Skripal (salvado por los pelos), Berezovski (probable), Nemtsov, Prigozhin. Y sobre todo Alekséi Navalni, el primer Jesucristo del siglo XXI. Tras su victoria sin rival, el presidente ruso anunciaba que la muerte por asesinato de su principal opositor fue «un incidente desgraciado», sobre todo para la víctima.

Claro que no olvidamos a la indomable Anna Politkovskaya, muerta por asesinato a tiros en el zaguán de su vivienda. Los verdugos eligieron una fecha señalada, el cumpleaños de Putin, para redondear el sangriento homenaje al zar. Habrán observado la insistencia en utilizar la palabra asesinato. Es una venganza contra los redactores jefe que escamotean el término, a cada muerte violenta dictada por el presidente ruso. Olvidan que el asesino está orgulloso de las piezas que apiola en su cintura.

El ritual de los asesinatos se repite. Putin no se pronuncia sobre el fallecimiento de seres a quienes desprecia. Sin embargo, cada muerte (Prigozhin, Navalni) coincide con un acto populista, el paseo sonriente por una fábrica que sirve de exaltación del nuevo Homo sovieticus. El sadismo se extiende a los gestos mínimos, como someter a la Angela Merkel que odia a los perros a la revisión olfativa de Koni, el mastuerzo presidencial.

Putin no solo será más duradero que Stalin por méritos propios, conviene reseñar los errores de apreciación de sus colegas. Verbigracia, George Bush el Malo declarando religioso que «miré al hombre a los ojos, y lo encontré directo y digno de confianza, fui capaz de obtener el sentido de su alma». Desalmado es el primer adjetivo que debe incorporarse a la biografía del dictador electo, pero la visión idílica del presidente estadounidense que empeora a Trump resume la actitud de los gobernantes benévolos, que confían en las desdentadas cortes internacionales para endosarle el título de criminal de guerra.

Aznar o Macron, todos presumen de haber gozado de la intimidad de Putin, que invade Ucrania para curarse la soledad del covid. Es incluso preferible a sus tristes rivales electorales, uno de los cuales proponía la ejecución de los prisioneros ucranianos. Occidente se vuelve esperanzado hacia un Kasparov que remata la estirpe de Gorbachov, los políticos rusos a quienes solo votarían los occidentales.

El visionario Peter Sloterdijk analiza los populismos en su ensayo Reflejos primitivos. Uno de los capítulos se titula adaptando un latinajo de estirpe ciceroniana: Si mundus vult decipi ergo decipiatur. Si el mundo quiere ser engañado, sea. El pensador detalla «el pacto a mitad consciente e inconsciente entre los mentirosos y sus víctimas». Quien a pesar de todo necesite más Putin, debe volcarse sobre la mejor aproximación al tirano, firmada por Giuliano da Empoli en El mago del Kremlin. Indispensable. 

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