Opinión | Café con moka

Otros templos

La poesía de José Óscar López era tan real, tan sincera y tan lírica que consolaba, incluso en mitad de la desesperación y el pesimismo que, en ocasiones, también a él le asfixiaba

El escritor José Óscar López.

El escritor José Óscar López. / Marcial Guillén

Esta semana, los diarios, y otros medios de comunicación, traían la triste noticia del fallecimiento del escritor y dibujante José Óscar López. Siempre lamento y acuso especialmente la muerte de aquellas personas que hacen más bonito este planeta, de los creadores. Y él, sobre todo, a través de sus palabras hacía más humana la inhumanidad en la que a veces nos toca vivir.

Su poesía era tan real, tan sincera y tan lírica que consolaba, incluso en mitad de la desesperación y el pesimismo que, en ocasiones, también a él le asfixiaba. Se han dicho cosas tremendamente bonitas estos días, como viene siendo habitual cuando alguien nos deja, pero en este caso no tengo duda de que serán todas ciertas. Pues son las personas con una sensibilidad demoledora, como la suya, las que guardan -dentro de sí- un mejor corazón.

En medio de toda esta lectura de obituarios y despedidas, descubrí un bonito poema póstumo sobre las bibliotecas: «Nuestro templo no era exactamente un templo», inicia. ¡Cómo podría expresar mejor, cualquier amante de la literatura, lo que significa este espacio! No se puede definir con más ternura y devoción hacia el contenido y el continente.

En ese mismo instante, sentí la imperiosa necesidad de visitar aquel ‘santuario’ del que las urgencias y premuras cotidianas me tenían alejada desde hacía demasiado tiempo. Así, con mis dos pequeños y ‘El Hombre del Renacimiento’, que me acompaña en ese fervor por los libros, acudimos a la Biblioteca Municipal de nuestro pueblo para cumplir con los preceptos de nuestra fe.

Allí nos refugiamos durante unos minutos, no sé si llegó a una hora, ajenos a las cosas sin hacer y a las banalidades de los días. Ojeando libros con los niños y eligiendo los que nos acompañarán a la cama para conciliar el sueño, tratando de desprendernos de la pátina de la cotidianidad para alcanzar otros mundos y otros seres, otras creaciones y otras criaturas.

Curiosamente, estos días vivimos fascinados en casa el despertar de Julia -mi hija pequeña- a la literatura. Con tan solo un año, arrastra mientras gatea los cuentos de cartón que ha heredado de su hermano hasta encontrarnos, para que se los leamos. Confieso que no me puede hacer más ilusión esta afición.

Así, trataré de seguir honrando a los ‘profetas’ y ‘mártires’ de esta religión transmitiendo su legado y su fe; porque

«si hay un sitio que te lleva a mil lugares,

a todos los sitios imaginables,

allí, allí reside nuestro templo.

La Biblioteca Pública».

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