Opinión | EL MALECÓN

José Sámano

Modric y el puñetero tiempo

Modric no solo es un futbolista con encanto por su juego cenital y una técnica exquisita para piropear a la pelota

Luka Modric celebra el gol del triunfo ante el Sevilla en el Bernabéu.

Luka Modric celebra el gol del triunfo ante el Sevilla en el Bernabéu. / EP

El improductivo meneo del Leipzig al Real Madrid dejó huellas significativas en Vinicius, por su reiterada mala conducta, en Carlo Ancelotti, que se inculpó, y en Modric. La noche en la que el técnico italiano regó el campo con un pelotón de centrocampistas de nuevo el gran rezagado fue el croata, el único que puso una pizca de cordura tras ser alistado en el minuto 78. Migajas para un jugador de leyenda que se rebela contra el inevitable destino.

Modric se resiste a abdicar, se ve con un segundo aire y reniega del maldito edadismo. Camino de los 39 años -el 9 de septiembre-, al sempiterno croata los 1.009 partidos oficiales disputados le parecen un rácano aperitivo. Por ahora, descarta apolillarse en el palaciego fútbol dorado de algún desierto, porque no se ve momificado en la élite.

Para aquel esmirriado crío de Zadar con aire de monaguillo el fútbol ha sido y es el motor de una vida en la que amaneció con más de un desgarro infantil. En pleno conflicto de los Balcanes, el abuelo Luka fue asesinado por un presunto policía serbio mientras pastoreaba a sus cabras. El nieto, del mismo nombre y que convivía con él, apenas tenía seis años. Una casa familiar en llamas y el parvulario Modric rumbo a un albergue de refugiados.

Con el tiempo, el fútbol al rescate. Menuda liberación para aquel niño que tanto se cobijó con la pelota hasta alistarse en el Dinamo de Zagreb con 16 años. De ahí al paraíso. Un Balón de Oro (2018), dos Mundiales para el olimpo con su Croacia del alma, torneos en los que se dejó el corazón en los huesos. Con 32 años en Rusia 2018 lideró a los subcampeones croatas hasta una histórica final tras consumir tres prórrogas y jugar al menos 90 minutos en seis de los siete partidos. Cuatro años y medio después, en Qatar, otros seis duelos agónicos. Modric, ya con cinco Copas de Europa en la mochila, no marchita, así que capitaneará a Croacia en la Eurocopa de este verano. Para este adicto al fútbol todo es poco.

Modric no solo es un futbolista con encanto por su juego cenital y una técnica exquisita para piropear a la pelota. Pies de seda, pero nunca se alineó con el frac de otras celebridades, siempre mancomunado, fraternal, suda que suda como una regadera. Tan afanoso que, pese a su aparcamiento como reservista, sus apariciones nunca son un chasco, como se evidenció ante el Leipzig.

Modric, tan tirillas como cuando fue rechazado por esmirriado por el Hajduk Split, se ve Modric. El mayor marrón para ese tutor “cum laude” que es Ancelotti, que bien sabe lo que es anticipar una retirada. A él le pasó con Fabio Capello y nunca lo entendió hasta que dio el paso al banquillo como técnico.

Este curso, Modric ha pasado de jugar un 57% de minutos a un 43%, lo que le tiene rumia que rumia. Para su entrenador prevalece el fútbol de los Bellingham, Valverde, Camavinga y Tchouameni, futbolistas energéticos. A Modric le toca ser aguador de su camarada Kroos, que cumplió 34 en enero, pero con una carrera con mucha menos suela desgastada -dejó la selección alemana en 2021- y un campo de acción más reducido.

A Modric le queda matricularse como entrenador para comprender por qué Ancelotti ha sido su Capello. Y, de paso, metabolizar que su único puñetero enemigo es el maldito tiempo, que vuela y vuela sin remedio. Incluso para elegidos como él.