Opinión | Entre Letras
Francisco Javier Díez de Revenga
Celebración de la palabra
Ginés Aniorte (Murcia, 1960), narrador y poeta de sólida trayectoria, acaba de publicar su último libro De verbis. A modo de tratado, en Sevilla, Renacimiento (Los Cuatro Vientos), que hay que valorar como una estupenda celebración de la palabra, porque a la palabra y a su significado dedica todos y cada uno de los cientos de aforismos que componen el volumen. Señala el autor del epílogo, el filósofo Dionisio Espejo Paredes, que De verbis puede leerse como una colección de aforismos o como un solo y extenso poema, y lo cierto es que en las veintisiete páginas que dedica a la exégesis del libro, demuestra acertadamente el sentido de esta experiencia intelectual y literaria de Ginés Aniorte, nueva, original e insólita en las letras de hoy, tal como advierte Espejo en su extenso texto: «De verbis interpela al lenguaje y pretende llegar al lugar de donde salen las palabras para conocer su poder y sus miserias. Esta obra está más allá de las clasificaciones convencionales, no solo de las que separan la ciencia y el arte, sino de las que separan el mito y el logos».
Los filólogos solemos asegurar con cierto orgullo y acudiendo a la etimología, que el término filología significa amor a la palabra. Y, desde luego, en este nuevo libro de Aniorte es el amor a la palabra el que mueve este torrente de pensamiento y de lirismo intenso que conmueve necesariamente al lector por la multitud y variedad de sugerencias y por la confluencia de reclamos intelectuales que surgen de cada una de las sentencias que componen De verbis.
El libro se subtitula A modo de tratado, y, como hemos de ver, Wittsgenstein y su Tratado lógico filosófico algo tienen que ver en este intenso conjunto de reflexiones cuidadosamente organizado, compartimentado en cuatro secciones dedicadas respectivamente a la naturaleza de la palabra, al silencio «que también es palabra», a la relación del poeta con ellas y finalmente, en un cuarto capítulo, se recoge una coda recopilatoria. Es interesante observar que cada uno de los axiomas está numerado con un guarismo compuesto que refleja la parte a la que pertenece cada máxima, e incluso si esta corresponde a una subdivisión que desarrolla determinada sentencia. Todo ello pone de relieve el sumo cuidado con que este tratado de extensos versículos está organizado, con el fin de lograr ese gran poema conjunto que constituye todo el volumen a que aludía el epiloguista. Interesantes también son las citas que preceden a cada una de las partes, que recuperan frases de eximios pensadores en relación con la palabra, fundamentalmente Wittgenstein, que apadrina la colección con dos sentencias, especialmente representativas de lo que este libro pretende, sobre todo la segunda: «Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo». Y, con él, Octavio Paz, Quinto Curcio Rufo, Pedro Olalla y José Ángel Valente: «Mientras pueda decir no moriré».
En realidad, lo que Ginés Aniorte consigue en este libro es sumergirse en la voluntad de devolver a la palabra su sentido, su verdadero significado, profundizar en las relaciones que cada concepto sugerido por una palabra recupere, en su camino hacia el lector o hacia el oyente, el sentido primigenio de su valor, al designar los sentimientos y las cosas, al convertirse en vehículo imprescindible de comunicación. Recuerda Aniorte, en esta ansiedad suya por atribuir a la palabra el sentido de la vida y la convivencia, a aquel Juan Ramón Jiménez, que reclamaba a la inteligencia el nombre de las cosas, para entender el mundo y conseguir que la palabra sea la cosa misma, creada por el alma nuevamente y que por la palabra del poeta vayan todos los que no las conocen, a las cosas. Y también a aquel espléndido Jorge Guillén, que se asombraba ante el nacimiento del día, en el albor que entreabre sus pestañas y empieza a ver, qué, nombres. El día trascurre veloz, pero al final quedan los nombres, las palabras.
Así lo confirma Aniorte en 1.22.1 «Las palabras son pájaros en el hilo del tiempo: el collar con que este se engalana». O, ya con el silencio, en 2.19.4: «Hay un momento en que la luz y las palabras son inútiles; se diría que a oscuras y en silencio vemos todo más limpio, expresamos mejor los colmados matices de la vida interior que nos recorre». De nuevo hallamos a un poeta frente a la palabra que, a través de una serie de pensamientos encadenados, intenta entender lo que esta significa como relación humana, como convivencia y como expresión intelectual. Y el resultado no ha podido ser más logrado: un certero tratado para entender el mundo desde la palabra misma.
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