Dulce jueves

El mundo al revés

La Junta Británica de Clasificación de Películas (BBFC, en inglés) acaba de imponer a la película de Disney Mary Poppins el control parental por la inadecuación de algunos de sus contenidos

Dick Van Dyke y Julie Andrews en 'Mary Poppins'.

Dick Van Dyke y Julie Andrews en 'Mary Poppins'. / Disney

Enrique Arroyas

Enrique Arroyas

Mary Poppins y su tribu, sus amigos e innumerables primos, deben de estar partiéndose de risa, o mejor dicho, volándose de risa, como el tío Albert, cuya ligereza de corazón le hacía elevarse y flotar en el aire cuando estallaba de hilaridad. Por fin los adultos, y no solo los niños, se toman en serio a la institutriz mágica que va y viene arrastrada por el viento. Por fin se deshace el malentendido de tomarla como un inofensivo personaje dedicado al entretenimiento. Después de décadas campando a sus anchas, por fin se ha tomado la decisión de coserle dos rombos a su bolso hecho de alfombras.

La Junta Británica de Clasificación de Películas (BBFC, en inglés), que hasta ahora consideraba la película de Disney como «sin material ofensivo», le acaba de imponer el control parental por la inadecuación de algunos de sus contenidos. Los niños deberán verla bajo la supervisión de sus padres. El motivo es que en ella se emplea, en varias ocasiones, un lenguaje discriminatorio hacia las personas racializadas, en concreto, el término ‘hotentote’, una forma despreciativa de designar a personas de raza negra. La culpa la tiene el almirante Bloom, que se dirige así a los niños que cuida Mary Poppins cuando se embadurnan las caras de hollín imitando a su niñera en una de sus aventuras con los deshollinadores, una escena que, según la BBFC, puede resultar ‘angustiante’ para los espectadores más pequeños.

Es justo que el honor de esta restitución histórica haya recaído en el almirante Bloom, vigía y testigo, desde su casa con forma de barco, de la transformación que sufre el mundo al paso de Mary Poppins, empeñada en hacer las cosas del revés, que es, según ella, la forma correcta de hacer las cosas. Es decir, al revés de como estamos acostumbrados a hacerlas en un mundo aprisionado de convencionalismos, empobrecido de materialismo, estresado por lo trivial. Ella vive en el presente con una actitud de confianza y curiosidad, prestando una atención plena a la realidad aparente en busca de los pasadizos secretos que la conectan con lo invisible, el país de las hadas. Los niños ya conocen ese lugar, habitan en él, sin apenas distinguir lo posible de lo imposible. Son los adultos los que lo han olvidado. Por eso acierta la BBFC en advertir de los riesgos de la película. Así es Mary Poppins, un misterio y un peligro potencial.

Hace conjuros, cree en el poder transformador de las palabras, arrastra a los niños a la frontera entre lo real y lo irreal, donde es imposible distinguirlos, y nunca responde a sus preguntas. Con ella, todo se vuelve imprevisible, posible lo que parecía imposible, con una mezcla de riesgo, humor, esfuerzo y sentido de la belleza. Desafiando al sentido común, aceptando los contrasentidos, abriendo las ventanas de la realidad, así nos enseña Mary Poppins a ser libres. Hasta que, desde la proa de su casa, el almirante Bloom vio cómo, tras poner a todo el barrio patas arriba, la institutriz se alejaba por los aires en cuanto la veleta anunció el cambio de dirección del viento. Sin la más mínima explicación, fiel a su idea de que solo hay preguntas, no respuestas. Los niños no las necesitaban. Los adultos aprendemos a no reclamarlas. «Hoy he visto el mundo al revés y ahora tengo otra perspectiva de las cosas».

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